Tim Alan Gardner – La Soledad
La soledad
por Tim Alan Gardner
Solo
¿Qué le viene a la mente cuando oye esa palabra? Por lo general, no evoca la imagen de un estadio con miles de jubilosos fanáticos. Sin embargo, he descubierto como consejero que la gama de respuestas emocionales a la idea de la soledad es tan variada como las respuestas a: “¿Cómo te sientes en cuanto al béisbol?” Hay, por supuesto, personas a las que las trae sin cuidado el béisbol; hay otras que son fanáticos secretos (los que reconocen su preferencia sólo si su equipo está ganando), y luego están los fanáticos de verdad. No les importa que haya transcurrido casi un siglo desde que su equipo preferido haya ganado la Serie Mundial; ellos creen que el próximo año será su año.
No importa cuáles sean sus sentimientos en cuanto a este deporte, toda persona cae en alguna parte de ese espectro. Pero hablando más en serio, todos caemos, también, en alguna parte del continuo de la soledad.
A usted tal vez le suene absurda la idea de estar solo. Está rodeado de personas adondequiera que va. Está casado, tiene hijos y está involucrado positivamente en su iglesia o en su grupo pequeño. Usted nunca se ve como que está solo, ¡pero lo más probable es que esté deseando estar solo! Mi amigo Blake lo expresó de esta manera: “Ya tengo ya a todos los amigos que puedo manejar. Si te añadiera a ti, tendría que deshacerme de alguno de ellos”.
Algunos de ustedes conocen bien el dolor de la soledad, pero jamás querrán reconocerlo. Si usted le dice a alguien que se siente solo, eso le haría parecer como un perdedor o un debilucho. Y el camino que escoge para escapar del dolor puede ir desde dedicarse obsesivamente al trabajo hasta una variedad de escapes, incluso de adicciones. Éstas pudieran ser dedicar demasiado tiempo a navegar o a chatear por la Internet, la TV, los deportes, el alcohol, etc. Si los demás expresan que se sienten solos, usted podrá reconocerlo también, digamos, en un estudio bíblico cuando se tiene la sensación de que se es parte de la mayoría que siente lo mismo. Pero, la mayoría de las veces, usted sufre en silencio sintiéndose humillado, con la vaga y débil esperanza de que en esta año, quizás, habrá una “buena temporada”.
Hay, también, los que se sienten solos, que lo saben, y que no les importa que los demás también lo sepan. Usted ya ha pasado por eso. Está buscando con desesperación un remedio para el dolor, y seguirá con tenacidad cualquier camino que parezca prometer ponerle fin a su soledad: un cambio de trabajo, de iglesia o de amigos; asistir a cualquier taller, clase o retiro; unirse a cualquier grupo, a un servicio de encuentros en plan romántico o a un club. Pero, al final, su esperanza de hallar una curación para su dolor terminará siendo la misma que tienen los equipos de béisbol de que éste si será su año de triunfo.
Aquellos de ustedes que caen dentro de la primera o la segunda categoría pueden estar pensando que este artículo es, en realidad, sólo para el tercer grupo de personas. Pero le tengo una noticia: la soledad es un problema universal. Ya sea que usted esté o no familiarizado con el mismo, es un problema de todos. Barbara Streisand se equivocó: las personas que necesitan de las personas no son “las personas más afortunadas del mundo”; son las únicas personas del mundo.
En el comienzo
Usted recordará, por el relato de la Creación, que el primer “no es bueno?” que Dios dijo, fue: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Hasta este punto, todo lo que Dios había creado era bueno, pero ahora, al tener a Adán de pie solo y junto a él, el Creador señala que estaba faltando algo. La soledad estaba presente. Antes de que veamos cuál fue la respuesta que Él dio, hay aquí una pregunta importante que muchas veces pasamos por alto: ¿Quién creó la soledad?
Dios la hizo
Piense en esto: Adán estaba en el perfecto huerto del Edén. El pecado todavía no había entrado a la raza humana; el primer ser humano tenía un compañerismo perfecto con Dios: podía caminar y hablar con su Creador en el paraíso. Pero se sentía solo. Fue en este punto que Eva, la Mujer, fue creada para complementar a Adán, el Hombre. La respuesta de Dios no fue que Adán necesitaba orar más, tener períodos devocionales más frecuentes o dar más dinero a la iglesia local. Todas estas cosas son importantes, pero no son la respuesta. La solución de Dios estaba, asombrosamente, y por designio Suyo, fuera de Él en la forma de otra persona.
Si usted no está casado, pero quiere estarlo, cuando lee esto podrá precipitarse a concluir de inmediato que el matrimonio es la respuesta a su lucha con la soledad. Pero la verdad es que, si usted está casado y está esperando que su pareja llene todas sus necesidades emocionales, aún seguirá sintiéndose solo. Hay una verdad más profunda en el primer capítulo de la historia de la raza humana: Adán y Eva nos muestran la necesidad creada por nuestro Dios de tener a otros seres humanos con quienes podamos experimentar una relación profunda, auténtica, que toque nuestra alma.
Desde el Edén, el clamor del corazón humano ha sido siempre el mismo: conocer y ser conocido, y amar y ser amado. Queremos que la gente nos conozca de verdad y nos ame por quiénes somos. Y anhelamos tener a alguien a quien podamos conocer profundamente (con todos sus defectos), alguien a quien podamos ofrecerle el regalo divino de elegir amar.
La búsqueda de la intimidad
¿Tiene usted relaciones genuinas con otras personas que realmente le conocen? ¿O se ha conformado usted con una seudoautenticidad, encontrando seguridad en relaciones donde se pasa mucho tiempo juntos, pero donde sólo se conocen detalles superficiales de la vida de uno y otro?
Una triste realidad de nuestro actual medio cultural, es que muchas personas conocen más detalles de la vida de los personajes de sus programas de TV favoritos, que de sus vecinos o posiblemente aun de las personas con la que comparten el mismo techo. La ilusión es sutil, pero de peso: pensamos que si conocemos los detalles de la vida de alguien, esa persona debe conocer también los nuestros. Por tanto, por querer saber más de los demás, ya se trate de deportistas brillantes o de actores fascinantes, devoramos programas de entrevistas, revistas y otros medios, y pensamos que estamos experimentando intimidad. Una de las grandes mentiras de la pornografía es la ilusión de que la persona que está posando, lo está haciendo sólo para el espectador que está viendo la fotografía o la película. Aunque este inmoral pasatiempo es una gran violación del deseo de Dios para nuestra vida, muchas personas atraídas por esta trampa piensan que están experimentando una sensación de intimidad, a pesar de todo lo falsa que pueda ser.
Que no se le escape esta palabra: falsa intimidad. Nuestro Creador diseñó nuestros corazones y nuestras almas para que anhelaran la verdadera intimidad, no sólo con Él sino también con otras personas. Pero la verdadera intimidad es una calle de doble sentido: conocer y ser conocidos; amar y ser amados. Las distracciones y la interacción superficial sólo nos dan temporalmente la ilusión de que tenemos una vida con sentido o incluso un escape del dolor. Pero nuestros deseos más profundos nunca pueden ser sustentados por cosas que carecen del poder de satisfacer plenamente.
Un plan completo
Contrario al mantra del “contigo estoy completo” de las novelas y películas románticas, antes de que usted pueda realmente crear una relación sólida e íntima con otra persona, tiene que estar completo en Dios. El apóstol Pablo escribe: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:9, 10). Dios no nos hizo con la necesidad de tener a otras personas para poder ser completos. Nuestra plenitud, nuestro propósito en la vida y nuestra salvación, así como nuestras más penetrantes preguntas de ¿Quién soy yo? y ¿Por qué estoy aquí?, encuentran su respuesta en Cristo y solamente en Cristo. Entonces, por estar completos en Él podemos experimentar la intimidad con otros porque, desde una posición de fortaleza en Cristo, podemos dar amor y aceptación. Dios nos complementa, y por eso somos capaces de ofrecer a otros lo que el mundo desea con tanta desesperación: un amor verdadero, auténtico.
Al conocer y ser conocidos, y amar y ser amados, usted y yo podemos literalmente cambiar al mundo. Estamos rodeados de personas solas en este mundo que están agonizando por ser conocidas, aun cuando están conscientes de que Dios ya lo sabe todo acerca de ellas y de que Él les ama. Al dar el regalo de una relación auténtica, podemos, como mensajeros del Señor, ofrecer sanidad y vida a otros, como también a nosotros mismo.
Piense en lo siguiente: no es ningún accidente que los anhelos más fuertes de nuestro corazón son satisfechos cuando ponemos realmente en práctica lo que Jesús llamó el más grande de los mandamientos de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40). Ahora bien, esto es algo para ponerse de pie y aplaudir.