La Voz Triste de Dios – José Eduardo Sibrián
La Voz Triste de Dios
por José Eduardo Sibrián
¿Te has puesto a pensar en lo que le pides a Dios en tus oraciones?
¿Reconoces las intenciones con que pides cada día por esa respuesta o qué es lo que motiva tu deseo de obtener lo deseado?
¿Crees que lo que tanto anhelas es la voluntad de Dios para tu vida?
¿Qué crees que pensara Dios de lo que estas pidiendo?
¿Has meditado detenidamente cuales serán las consecuencias de tener lo que tanto añoras?
¿Por qué motivo piensas que no obtienes la respuesta?
Y si Dios ya te respondió, ¿Cómo estas actuando ante ese favor?
Quiero que pienses en lo siguiente:
Si tu decidieras confiarle tu corazón a un ser muy querido o a una persona que piensas lo tratara con el cariño y el respeto que te mereces, pero que no lo hace así, sino que por el contrario lo pisotea y mal trata sin importarle nada.
Si supieras que eso es lo que pasaría te aseguro que no te atreverías a confiárselo a cualquier persona, porque a nadie en este mundo le gusta sentirse mal o defraudado por esa persona especial o un ser querido.
Consideras a una madre dándole un cuchillo a su pequeño hijo para que juegue mientras ella sale de compras por un buen rato. Crees que conociendo lo perjudicial que seria para el pequeño o del daño que podría causarse la madre lo expondría ante tal peligro, claro que no, porque toda buena madre trata en lo posible que sus hijos no les pase nada malo.
En cierta ocasión un joven estaba por graduarse de la universidad, estaba a un paso de convertirse en el médico que sus padres tanto habían soñado; se esforzaba todos los días de su vida estudiantil por tener las mejores notas de su clase, lo cual lo llevarían a conseguir su objetivo trazado.
Mientras tanto su Papá proporcionaba todo lo necesario para facilitarle su estadía en la universidad; su Mamá, una madre amorosa como casi todas las madres por lo consiguiente se esmeraba por darle lo mejor, desde la alimentación a las palabras de motivación que pudieran hacer de su hijo un hijo ejemplo para la sociedad lo cual lo había hecho desde que estaba muy pequeño.
Sin embargo este hijo estaba rodeado de compañeros que no gozaban de buen crédito moral ante los ojos de la ciudad, lo cual preocupaba a estos padres.
En fin el siempre contó con los consejos, cariño, dirección y amor que sus padres le brindaron, sin embargo había un deseo que no habían querido cumplírselo y que desde hacía mucho tiempo que él se los pedía, y era la oportunidad de tener un vehículo propio. Las razones de sus padres eran que sus amigos de universidad lo incitarían a formar parte del equipo de carreras de autos en el que ellos estaban y lo cual representaba atentar contra la vida de su hijo.
El tiempo paso y el joven logro el sueño de graduarse de Medico, siendo el estudiante más destacado y aplicado de ese año recibió con honores el primer lugar de su promoción. Esto lo motivo a pedirle una vez más el tan anhelado auto a su papá. “Hijo, no es que no queramos darte el auto que nos pides, es solamente que no queremos que tus amigos influyan sobre ti para que participes de esas carreras y puedas así tener algún accidente” dijeron sus padres, mas el furioso golpeo la puerta y se encerró en su cuarto por dos días seguidos, sin comer y sin responderles ninguna palabra a sus papás.
A fin optaron por comprarle el auto que el joven quería, porque no podemos negar que se lo merece decía la madre, mientras el padre no dejaba de preocuparse. El hijo muy contento salió a lucir su primer auto y mostrárselo a sus amigos, los cuales al cabo de dos semanas ya habían convencido al joven hijo de participar en las carreras.
Mientras estaba en la carrera una de las llantas explotó en la tercer curva haciendo dar muchas vueltas al automóvil donde se conducía el joven lo cual provocó su muerte. El dolor embargaba el corazón de aquella madre despedazada, y el padre apenas tuvo fuerzas para exclamar tristemente: “Te lo dije hijo mío”.
Una situación similar atravesaba el pueblo de Israel, vivían en una época donde reyes gobernaban sobre los demás reinos y eran guiados por ellos a enfrentar muchas batallas, entre esas contra el mismo pueblo de Israel al cual en muchas ocasiones le hicieron mucho daño. Para ese entonces Israel estaba siendo dirigido por Samuel el profeta, juez y sumo sacerdote llamado por Dios (1 Samuel 3), quien intercedía por la nación ante los ataques de los enemigos (1Samuel 7:9-10); pero Samuel ya estaba anciano y sus hijos no habían seguido sus pasos por lo tanto no había de su familia alguien que lo suplantara para ese entonces, es ahí donde el pueblo de Israel se reúne con Samuel y le dicen: “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen las otras naciones” (1 Samuel 8:5).
Imagínate, el pueblo más privilegiado que jamás ha existido, el que vio el poder de Dios de manera sobrenatural, el que experimento el atravesar el mar en seco y ver fluir agua de la peña, el que pedía carne en el desierto y carne le era dada, el que sus ropas no se le desgastaban a pesar de tantos años de caminar sobre la arena, el que experimento de los cuidados del Único Dios Todopoderoso, si ese, al que nunca le falto nada a pesar de sus quejas y falta de fe, ahora estaban pidiendo que alguien les dirigiera, que alguien tomara el control del pueblo, que alguien se levantara para que peleara por ellos y los defendiera de sus enemigos, aun cuando Dios siempre estuvo con ellos demostrándoles que eran su pueblo escogido.
Es allí donde se deja escuchar la voz de Dios, quien tristemente e indignado con el corazón defraudado, y me imagino yo la voz quebrada, pronuncia una de las palabras más triste que encuentro a lo largo de la Biblia, palabras que reflejan dolor, palabras que reflejan el sentimiento de engaño, de traición y de tristeza; como aquello que siente una mujer o un hombre cuando se da cuenta que jugaron con sus sentimientos, cuando se entera que la persona que consideraba era el amor de su vida ahora ya no está más con ella/el, como el dolor que siente un pequeño al darse cuenta que sus papitos lo han abandonado, que les importo mas sus propios sentimientos y sus ambiciones antes que su futuro en familia, o como cuando una pareja ha esperado tantos años para poder quedar embarazada y cuando al final lo logran el doctor les dice que lo han perdido; en fin, existen tantos ejemplos que pueden describir lo que Dios estaba sintiendo en ese momento, al darse cuenta que sus escogidos solicitaban y preferían la ayuda de una persona que los sacara adelante antes que la ayuda de Dios.
Después de oírse un sollozo seguido de un breve silencio Dios le dice a Samuel: “Haz lo que te piden. No te están rechazando a ti, sino a mí, ¡pues no quieren que yo sea su rey!” (1 Samuel 8:7 – VLA)
Tú dirás, ¡que injustos!, ¿Como es posible que pudieran hacer eso?; pero déjame decirte que tu y yo en muchas ocasiones hemos hecho lo mismo que el pueblo de Israel; en ocasiones preferimos darle la espalda a Dios y confiar en nuestras propias capacidades.
Lo hacemos cuando al tener una petición delante de él y no es contestada en el tiempo que nosotros queremos que se haga, tu reaccionas enojándote con Dios, reclamándole el por qué otros reciben su petición pronto y a ti te toca esperar por años; pero ¿te das cuenta que es lo mismo que dijo Israel?, “Por qué otros tienen su rey y nosotros no”. Cuando buscas a personas para que te ayuden a salir de tus problemas y dejas de confiar en su Poder, cuando decides consultar las cartas, comprar la lotería o visitar algún brujo para que te diga qué será de tu futuro, aun cuando sabes que tu futuro está en las manos de Dios y que sus planes son de bien y no de mal (Jeremías 29:11), cuando al preguntarte ¿cómo estas?, tu respondes no como un hijo de Dios sino con un “estoy fregado”, “no me sale nada”, “a Dios no le importa mi vida”, “tratando de sobrevivir”.
Al igual que los padres del joven de la historia anterior, Dios les dijo que si les daba lo que quería, el rey que estaban pidiendo les iba a castigar duramente y que sufrirían mucho (1 Samuel 8:10-18). Y es Dios no es que no quiera darnos lo que anhelamos, lo que desea nuestro corazón, si no que como él sabe las consecuencias y conoce bien nuestro futuro a perfección, él prefiere no darnos lo que pedimos en vez de darnos y ver que sufrimos las consecuencias, ver que nos perdamos o nos alejemos de él. Debemos entender que algunas cosas Dios no nos las da por que aun no tenemos la madures suficiente para administrar esa bendición, así como en la parábola de los talentos se les repartió conforme a su capacidad, también a nosotros se nos da conforme a nuestra capacidad de administrar; por ejemplo si estas pidiendo un auto y lo quieres para llevar a tus amigas(os) a lugares solitarios y dar así mal testimonio, Dios no te lo va a conceder porque sabe que aun no tienes la madures suficiente para utilizarlo, o si le estas pidiendo dinero y al tenerlo sabe que te alejaras de sus caminos por las comodidades que has de tener y pienses que ya no necesitas ayuda de nadie, pues déjame decirte que él es un Dios celoso y te quiere para él nada mas por lo tanto esa petición no te la dará.
Pero que Dios es un Dios de amor y en su amor él quiere darte todo lo que necesitas, sabe perfectamente de que tenemos necesidad y qué es lo que más nos conviene, por que Dios en muchas ocasiones nos da no lo que queremos sino lo que nos conviene y necesitamos.
Así que cuando creas que Dios no te contesta, piensa que es por tu bien, piensa que cosas mejores de las que pides tiene preparadas para ti, deléitate en su amor y su presencia (Salmos 37:4) y cuando menos sientas llegara tu respuesta, calla cuando sientas ganas de reclamar y preguntar el por qué de tu situación (Salmos 37:7) y ten fe, que esa es la llave que abrirá las puertas a tu respuestas y al grato agrado de Dios (Hebreos 11:6)
No Permitamos por nada del mundo que con nuestras quejas y falta de fe se deje escuchar La Voz Triste de Dios.
Hagamos sonreír a Dios todos los días.
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Escrito para www.devocionaldiario.com
¡EXCELENTE TEMA!
BENDICIONES,
BRENDALIZ
es genial..todo lo q aprendemos cada dia acerca de Dios y lo mejor mejorar nuestras vidas.
Nuestro Padre Celestial conoce el momento perfecto en el cual nos ha de procurar sus bendiciones el siempre nos esta librando y protegiendo del mal. Dios le bendiga.
No cabe duda que mi Dios esta al pendiente de mi, como Padre Amoroso que es; Esto es precisamente lo que necesitaba oir de su parte para confirmar que estoy en las mejores manos y que no dejara que la duda o la prosperidad de los impios hagan flaquear mi fe.Gracias hno Jose Eduardo es usted un varón ungido de Dios.
Realmente es excelente y de muchisima bendicion.
Que Dios les re-bendiga siempre.