Sabiduría para vivir – Osmany Cruz Ferrer
SABIDURÍA PARA VIVIR
“Sabiduría, ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”.
(Proverbios 4:7)
He vivido cortas temporadas en sitios donde no hay luz eléctrica, ni grifos con agua, ni carreteras, ni transporte público. Sitios en los que te das cuenta que mucho de lo que tienes es prescindible en realidad y que lo más vital es quizás lo que menos apreciamos en nuestra cotidianidad. Lugares donde adquirir por adquirir no es esencial, sino saber dónde encontrar lo que se necesita en realidad. Allí sobrevive no el que más tiene, sino el que más sabe, y la sabiduría es un bien más apreciable que la fuerza o el dinero.
En lugares inhóspitos, carentes de las bondades de la modernidad, saber hacer un Nudo Ballestrinque, o un Nudo Mariposa es más importante que tener el último móvil. Este tipo de experiencias educan más que una charla teórica de supervivencia, por ello intento vivir con un retrovisor que me recuerde que lo esencial debe ser trascendente a lo banal. Saber siempre será un bien prioritario, Salomón así pensaba y muchos de sus proverbios están dedicados a esta verdad fascinante. Él mismo pidió sabiduría cuando Dios le extendió un cheque en blanco para que pidiera lo que se le antojara. Dios se agradó de su petición, le dio sabiduría y además le otorgó seguridad en su reinado y bienes inimaginables que no había pedido. Así premia Dios a aquellos le dan valor a lo que él valora. Acopiar sabiduría no ocupa espacio, pero trae dividendos insospechables.
No aprenderemos nada de los libros que no leamos, de los sermones que no escuchemos, de las personas a las que no prestemos atención. El aprendizaje debe ser un interés primordial porque no se aprende lo que no se quiere aprender. Debe ser también una actitud, como esponjas andantes deberíamos absorber sabiduría allí donde la haya. Una sabiduría que se volverá nuestra leal aliada en los diferentes trances de la vida. En un naufragio vale más saber nadar que poseer una cuenta en un paraíso fiscal. Hay asuntos que no se pueden obviar sin consecuencias. Hay que atesorar libros, hay que almacenar experiencias, hay que prestar atención porque la sabiduría puede venir desde cualquier parte y sería una desgracia que nos encontrará distraído en superficialidades.
Miro a mis hijos y redescubro placenteros saberes que se me habían olvidado. Ellos me devuelven una especie de sabiduría perdida en los trasteros de mi cerebro. La facilidad con la que perdonan, su capacidad de ser indulgentes con la falta del otro, su alegría por las pequeñas cosas, su sensibilidad hacia los animales, su horror ante el mal en cualquiera de sus formas. Los niños son como bancos suizos de sabiduría, tienen para dispensar a todos, sin mezquina maña, liberando raudales de enseñanzas que haríamos bien en retener siempre.
También la naturaleza me enseña principios que Dios ha colocado a la vista para mi aprendizaje. La laboriosidad de las hormigas me instruye en el mérito y los resultados del trabajo esforzado. La belleza de un lirio me instruye acerca del cuidado de Dios vistiendo al campo pasajero. Las aves me aleccionan sobre el Dios que provee. El Sol, la Luna y las estrellas me gritan sobre un Dios de orden y diseño. Toda la creación me da lecciones de vida gratuitas que intento comprender con la avidez de un entrevistador en su minuto de gloria ante una celebridad.
Parte de esta sabiduría llega de manera fortuita, por la mera observación, o circunstancias accidentales, pero el proverbista insiste en una intencionalidad por parte del individuo. Salomón nos invita a ser buscadores de sabiduría, una especie de Indiana Jones del saber, aventureros arriesgados, escudriñadores atrevidos, preguntones desenvueltos que solo teman a la ignorancia. “Sabiduría, ante todo”, ese es el slogan del sabio hijo de David, y bien haríamos en asumirlo como propio.
La sabiduría es atractiva por sus resultados, pero por encima de todo, por su origen, esencia y culminación. Toda sabiduría tiene su procedencia en Dios, es de Dios y su finalidad está en Dios. Toda verdadera sabiduría desciende de Dios, revela a Dios y te acerca a Dios. Cristo es sabiduría de Dios (1 Co. 1:24), diría Pablo, y en esa declaración resume bien el por qué es tan atractiva la sabiduría. Si los sabios de este mundo ignoran esta sabiduría es igual que si no tuvieran ninguna, pero si alguien posee esta sabiduría entonces viene a tenerla toda.
Santiago diría que: “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17). He ahí la caracterización más sabia de la sabiduría, he ahí el filtro para tamizar lo que sabemos. No puede haber auténtica sabiduría sin virtud. Así que ser sabio es más que observar con diligencia, o memorizar información. Ser sabio implica amar al dueño de esa sabiduría, tener un corazón que ame la virtud y poseer una actitud permanente de aprendizaje. Como golpes de campana resuena la exhortación del proverbista, “sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”.
Haremos bien si hacemos caso a tan certero consejo.
Por: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com