Disciplina que obra por el amor – Osmany Cruz Ferrer
DISCIPLINA QUE OBRA POR EL AMOR
“No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”.
(Proverbios 3:11,12)
Raúl Cepero Bonilla, así se llamaba la Secundaría donde asistí en mis años adolescentes. Era considerada una de las instituciones educativas más conflictivas y peligrosas de la región. Las peleas a gran escala eran frecuentes, la inasistencia e impuntualidad, las fugas de estudiantes en horario de clases y el bajo nivel académico era el estigma de aquel Centro, que parecía más una penitenciaría que un aula. La cosa parecía que empeoraba de año en año. Así que el Ministerio de Educación Provincial de La Habana envió a un nuevo director, Nelson Cruz.
Nelsón era un hombre de ademanes toscos, alto, corpulento, de mirada severa y a la vez bonachona, una rara mezcla en los círculos académicos de aquellos días. Su discurso de presentación fue regio y mordaz, prometió que haría del colegio un lugar pacífico, respetable, donde se respirara estudio y disciplina. Sinceramente, creí que aquello era fanfarronería pasajera y que terminaría yéndose pronto, como los anteriores Directores. Luego supimos que Nelson era una especie de experto en colegios problemáticos, una clase de Swat del sector académico.
Los chicos de nuestra secundaría venían en su mayoría de hogares rotos, de barrios marginados, de entornos de abuso y familias disfuncionales. En los pasillos y las aulas se respiraba el resentimiento, el enojo, la amargura, emociones que a nuestra edad todavía no sabíamos gestionar bien. Toda esa disfuncionalidad emocional se convertía, para desgracia de muchos, en actos deplorables. Nelson se aprendió en pocos días el nombre y apellidos de más de trescientos alumnos, eso nos asombró y nos transmitió confianza porque alguien que aprende tu nombre y lo recuerda entre cientos de otros nombres, te dice de esa manera que le importas. Además, nada suena tan bien como tu propio nombre en boca de otros.
El Director se hizo amigo nuestro rápidamente. Bromeaba con nosotros, se paraba en la calle cuando nos veía y cruzaba hasta nuestra acera solo para estrecharnos la mano, hacernos algún comentario hilarante, o alguna pregunta relacionada a algo que nos importara como: ¿Qué te pareció el partido de béisbol de ayer? Así era Nelson. Se reunía con las familias de los alumnos con frecuencia, cada mañana nos hablaba quince minutos a todos los cursos juntos, era casi omnipresente ese hombre.
Sin embargo, no todos respondían bien a su autoridad y liderazgo. Se seguían infringiendo los reglamentos y habían muchos asuntos disciplinarios que resolver. Los Directores anteriores solucionaban esto con una nota a los padres, la suspensión unos días del colegio e incluso la expulsión. Nelson no, él tenía una forma más creativa de fomentar la buena conducta. Reconozco que algunas de sus reprensiones eran muy poco convencionales, pero funcionaban. Una de sus maneras favoritas de recordarte que no podías pelearte con otro compañero, o faltar el respeto a un profesor era hacerte coleccionar en un bote trescientas hormigas vivas antes de poder irte a casa. Era normal ver siempre tres o cuatro estudiantes cada día recogiendo hormigas por el patio del cole. Aquello era un verdadero fastidio porque Nelson se aseguraba personalmente que estuvieran las trescientas hormigas y no podía haber ni una sola fallecida. Las contaba junto con el estudiante y una vez comprobada la cifra correctamente, le enviaba a casa diciéndole que no podía cometer otra falta como aquella. Ciertamente pocos querían repetir su desliz, pues tendrían que vérselas con el Director que usaba escurridizos himenópteros para formar el carácter juvenil.
Aquella mano dura nos ahorró muchas desgracias. Formó en nosotros un criterio adecuado del valor de la concordia y el respeto a la autoridad. Nuestro colegio salió de la lista de los más peligrosos y remontamos como un atleta en la vuelta final hasta estar a la altura de otros Centros respetables.
Salomón nos advierte que Dios es tan amoroso como justo. Si bien el nos ama y sustenta, también nos corrige para que seamos mejores. No hay contradicción entre uno y otro atributo de Dios. Como aquel buen director de escuela, Dios se interesa por nosotros, conoce nuestro nombre, nuestras necesidades, nuestro pasado, pero está decidido a perfeccionarnos mediante la disciplina. Dios suele ser también muy creativo. Usó a una mula para disciplinar a Balaán; un pez, una calabacera y un sol abrazador para confrontar a Jonás.
Dios es así, no escatimará recursos y creatividad con tal de hacernos mejores.
Por: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com