El que odia es el que pierde – Marisela Ocampo O.

El que odia es el que pierde

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Existen personas en cuyo corazón no se encuentra el amor de Cristo y por tanto el amor que ofrecen a los demás es netamente condicional; es decir, al que quieren amar le aman pero al que quieren odiar también odian. De esta manera ama el común de la gente, aman a quienes le caen bien, les tratan bien y les adulan cuánta cosa hagan independientemente de lo buena o mala que pueda ser. Sin embargo, aquellos que van en contra de sus ideas, sus acciones o su forma de ser, se convierten en el instrumento perfecto para desahogar toda la amargura y el odio que guardan en sus corazones. Esto es lo que pasa cuando la amargura ha cobrado importancia en la vida de una persona, cuando el dolor y las heridas que le han ocasionado se han convertido en el combustible para odiar a los demás, “muchas veces sin razón alguna” a cualquier persona que se les cruza en el camino.

Nuestro corazón tiene memoria y en ocasiones podría interpretarse como un baúl de recuerdos, todo lo que allí vayamos guardando se verá reflejado a la hora de relacionarnos con los demás; tarde que temprano se pondrá de manifiesto en lo que digamos o hagamos, como dice la palabra de Dios “por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20); por eso nosotros, los que nos decimos ser hijos de Dios tenemos mayor responsabilidad al momento de expresar todo el amor que decimos experimentar en Cristo Jesús. A nosotros no nos debe importar si alguien nos ama o nos odia, si alguien nos trata bien o nos maltrata, si alguien está de acuerdo con nosotros o está en contra; si en realidad el Espíritu de Dios mora en nosotros, ninguna importancia daremos al hecho de que nos ofendan, nos persigan o nos hieran. Sabemos que no podemos esperar mucho de parte de aquellas personas que aún no han tenido el privilegio de experimentar el amor de Dios por medio de Jesucristo, así que, nuestra tarea consiste precisamente en aprovechar cualquier oportunidad que tengamos para que ellos puedan ver en nosotros el amor y la bondad del Señor, que ellos puedan darse cuenta de cuánto les ama Dios a través de nuestras vidas, independientemente de lo justos o injustos que puedan ser con nosotros. “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo”. Lucas 6:32-33 (RVR1960).

Cuando una persona nos lastime nuestro deber por obediencia a Dios es perdonarle, el Señor se encargará de hacer justicia y de pagar conforme su voluntad a quien corresponda. Mientras tanto, nosotros no podemos permitir que nuestro corazón se contamine, no podemos dar lugar a la amargura, la falta de perdón o el resentimiento; si amamos a Dios no hay ninguna razón para odiar a alguien. Así como Dios nos ama y nos perdona, así mismo nosotros debemos amar y perdonar a los demás. “…y perdona nuestros pecados, porque nosotros también perdonamos a todos los que nos han hecho mal. No nos dejes caer en tentación”. Lucas 11:4 (Palabra de Dios para Todos).

Reflexionemos en lo siguiente: Si guardamos falta de perdón hacia una persona, tampoco podemos esperar que Dios nos perdone a nosotros; nuestra relación con el Señor se verá afectada y nos perderíamos la dicha de disfrutar su hermosa presencia por causa de nuestro pecado. “El que odia es el que pierde”, no tiene sentido entonces odiar a alguien cuando sabemos que el odio es pecado y el pecado es aborrecido por Dios; además, sabemos que podemos ser sanados por la misericordia y el amor que tenemos en Cristo Jesús y que en Él cualquier cosa podemos soportar, al final saldremos ganando al ver cómo el nombre de nuestro Señor se glorifica. ¡Aleluya!

“Así que si vas al altar a dar una ofrenda a Dios y te acuerdas de que alguien tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda y ve a hacer las paces con esa persona. Luego regresa para dar tu ofrenda a Dios”.

Mateo 5:23-24 (PDT)

¡En el corazón de un hijo de Dios no puede haber lugar para el odio, más bien, todo lo que hay en él es una clara manifestación del amor de Dios concedido en Cristo Jesús!

 Por: Marisela Ocampo O.

Escrito para www.devocionaldiario.com

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