Zanahorias, huevos y café – Luis Caccia Guerra
Zanahorias, huevos y café
Cuenta esta historia popular que una madre quiso enseñarle una importante lección a su pequeño hijito.
A la hora de la cena, le pidió a su niñito que le buscara en la alacena unas zanahorias, huevos y un par de cucharadas de café recién molido. Colocó entonces, en un recipiente las zanahorias, en otro los huevos y en un jarrito, los granos de café recién molido. Puso todo a calentar en la cocina ante la atenta mirada de su hijito. Cuando todo estuvo listo, mamá sirvió.
Las zanahorias estaban blandas y apetecibles. Los huevos, justo a punto, y el café… exquisito.
¿Cómo estaban las zanahorias antes de ponerlas en el agua? Duras. ¿Cómo estaban las zanahorias al sacarlas del agua hirviendo? Blanditas y apetitosas.
¿Cómo estaban los huevos antes de pasar por el agua hirviente? Frágiles y delicados. El niño tuvo que tener mucho cuidado con ellos al alcanzárselos a mamá cuando se los pidió. ¿Cómo estaban los huevos al sacarlos del agua caliente? Duros.
¿Cómo estaba el café antes de ponerlo a hervir? Olía rico. ¿Cómo estaba el café al sacarlo del agua hirviendo? ¡Mejor aún! ¡Cómo se disfrutaba beberlo!
Así somos: las zanahorias eran duras y rígidas antes de pasar por el fuego. Ahora estaban reblandecidas, habían perdido toda su firmeza. Los huevos, en cambio, tenían un corazón frágil y un espíritu fluido. Después de pasar por el calor de la prueba se endurecieron. El café, en cambio, si antes tenía un inconfundible aroma que llenaba toda la casa, ahora era aún mejor y su sabor realmente exquisito.
Hay creyentes que somos como la zanahoria. Duros, fuertes… hasta que llega el fuego de la prueba. La prueba revela realmente quienes somos. Rico sabor, pero blanditos, sin consistencia.
Hay creyentes que somos como el huevo. Enseñables, de espíritu fluido, delicados. Hasta que llega el fuego de la prueba. Entonces, nos endurecemos. Nuestro otrora lindo corazoncito ahora se endureció y hoy no hay manera de que aprenda, es duro y lleno de resentimientos.
Hay creyentes que somos como el café. Rico aroma hasta que llega el fuego de la prueba. Cuando las aguas calientes llegan a nuestras vidas, es entonces cuando emerge el mejor y más exquisito aroma y sabor, cuando la prueba saca a relucir lo mejor de nuestro corazón, cuando el valle de las aguas calientes hace surgir lo más bonito de nosotros y todos nos beneficiamos, somos edificados, disfrutamos de su rico aroma y sabor.
Alguien comparó el perdón de Jesús con la fragancia de una rosa aplastada. Mientras más destruidos, molidos, despedazados sus pétalos, más intenso su aroma. Así debería ser el espíritu de nuestro andar y devenir en Jesús. Mientras más roto, más quebrantado en medio de la prueba nuestro corazoncito, más rico el aroma que se percibe, más edificante para quienes nos ven y rodean. La mujer de Marcos cap. 14 pudo haber simplemente vertido el carísimo perfume sobre Jesús. Pero en cambio, prefirió ROMPER la también valiosa vasija de alabastro que lo contenía.
Es que no se derrama la dulce fragancia del Espíritu, si no hay un quebrantamiento ante Jesús.
Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza.
(Marcos 14:3 RV60)
Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.
(Efesios 5:2 RV60)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com