Una súplica desde lo profundo del corazón
Una súplica desde lo profundo del corazón
En 2 Samuel 7:27 encontramos esta oración del rey David:
Porque tú, Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, revelaste al oído de tu siervo, diciendo: Yo te edificaré casa. Por esto tu siervo ha hallado en su corazón valor para hacer delante de ti esta súplica.
(2 Samuel 7:27 RV60)
Una súplica que evidentemente el Señor había puesto en su corazón. No la imaginó, no la recordó, no la leyó en ninguna parte ni la escuchó de otro. No la esbozó improvisadamente como quien de repente se ve en el compromiso de conducir una oración en público y no sabe qué decir. Dice la Escritura que Dios se la reveló.
Esta es la clase de oraciones que como perla de brillo y de gran valor debe ser buscada y debe ser hallada. Pero para que una oración como esta pueda ser encontrada dentro del corazón, debe ser un corazón íntegro, creyente, atento a Dios; no prestando el oído al mundanal -¿y… por qué no, eclesial?- ruido.
He escuchado oración pública bella, cuidada en todos sus términos, citando versísulos de las Escrituras, hasta con algo de música y poesía… pero no más que ruido a los oídos de Dios. Multitud de palabras que no trasciende los muros, incapaz de elevarse más allá del techo del recinto. Muchas veces quien esto escribe se ha encontrado orando así. Es que un corazón frío, indiferente, sólo puede hallar vacío y vanidad dentro de sí.
El milagro, la gran bendición, se manifiestan cuando estamos pendientes de la soberanía de Dios. Cuando Él nos muestra y nosotros las podemos ver, LAS VERDADERAS NECESIDADES y TAL COMO DIOS LAS VE.
Dios presta su oído para oír lo que le decimos. Pero también escucha LO QUE NO LE DECIMOS. A Dios no le importan la gramática, qué tan largas o cortas, la música ni la poesía de nuestras más bellas oraciones; sino las que salen de un corazón íntegro INSPIRADAS por el Espíritu de Dios. No es el don, es la GRACIA lo que prevalece.
Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros…
(Romanos 8:26 RV1960)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com