Sacrificio
SACRIFICIO
Edward Meyrick Goulburn escribió: “Una de las condiciones más tristes de la criatura humana es leer la Palabra de Dios con un velo sobre el corazón, pasar por encima de todos los maravillosos testimonios de gracia y amor redentor que las Escrituras contienen, con los ojos del alma cegados. Y es triste también, si no tan censurable, pasar por encima de las obras de Dios, vivir en un mundo de flores, estrellas y puestas del sol y mil objetos gloriosos de la naturaleza y no tener ningún interés para descubrir a su autor.”
Mientras más estridencias encuentro en un evento de adoración, más prefiero permanecer en silencio buscando a Dios. La alabanza deja de ser alabanza cuando se destaca el que alaba. La alabanza deja de ser alabanza, y más bajo aún, se convierte en idolatría, cuando el evento mismo es el centro, y no Cristo. No encuentro a Dios en el viento arrebatador, tampoco lo hallo en el gran terremoto ni en el fuego abrasador, como no lo hallaba Elías en el monte (I Reyes 19:11 y 12). Lo encuentro, en cambio; cuando bajo la mirada y digo: “-Señor, sé propicio a mí pecador” (Lucas 18:13). Porque, entonces, ya no tengo que andar buscando entre el ruido, sino que es Él, quien viene directamente a mi encuentro. Es cuando dejo de ser un adorador como a mí me parece para convertirme en un adorador como Él quiere.
Un niño ciego intentaba cruzar una calle. Un hombre lo vio y acudió rápidamente en su ayuda. Pero el niño apenas tomó su mano, la soltó al instante. Momentos después llegó su padre. Entonces, el pequeño cruzó seguro tomado de la mano de papá. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, el niño respondió: “-Conozco la mano de mi padre”. En un mismo sentido podemos decir: “conozco la voz de mi padre, sé cuando esto ES DE MI PADRE, conozco la PRESENCIA de mi Padre” (Mateo 16:17).
En 1ra. Crónicas cap. 13 encontramos a David transportando el Arca del Pacto. Durante el tiempo del rey Saúl había sido prácticamente olvidada. Las intenciones eran las mejores, y David dispuso lo mejor para traer el Arca. Carro nuevo, gran fiesta delante de Dios con cánticos, arpas, salterios, tamboriles, címbalos y trompetas. Pero el camino era áspero y los bueyes tropezaban. Entonces, cuando uno de los conductores del carro puso su mano sobre ella para sostenerla, cayó fulminado. La fiesta terminó en gran temor y duelo.
Es que las cosas de Dios no deben NUNCA ser tomadas a la ligera. Malo es vivir con un corazón engañado a sí mismo. Es preciso aprender a discernir lo genuino de lo falso. Gran multitud no tiene por qué ser “bendición”. Creativa “dinámica”, cuidadosa organización, cánticos e instrumentos; no necesariamente tiene por qué ser “GRACIA”. Aquí había todo esto y sin embargo, terminó en duelo y fracaso.
SACRIFICIO es lo que faltó. Un par de capítulos más adelante (1 Crónicas cap. 15), encontramos a los levitas trayendo el Arca sobre sus hombros, como Dios había ordenado que debía transportarse; a David vestido con ropas acordes a la importancia y trascendencia del evento; pero, por sobre todas las cosas, a los sacerdotes santificándose y OFRECIENDO SACRIFICIOS.
El propio reconocimiento de indignidad le había llevado a David a decir: “¿Cómo voy a llevar el Arca de Dios a mi casa?” (1 Crónicas 13:12). El mismo sentimiento que llevó a los discípulos a decir con tristeza y sinceridad delante de Jesús “¿Seré yo Señor?” cuando les anunció que uno de ellos lo iba a entregar (Mateo 26:22).
Esa es la clase de “SACRIFICIO” que implica un corazón sincero, contrito y humillado delante de Dios. Negarse a sí mismo con un profundo sentido de autocrítica. La RENUNCIA a todos nuestros bien construidos argumentos, razones, motivos y circunstancias y ser capaz de hacer un MEA CULPA delante de Dios sin endilgar culpas y razones del fracaso, al hermano, a las circunstancias, a la gente, o a lo que sea.
Se puede estar bien cerca de la iglesia, pero muy lejos del corazón del Padre.
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
(Hebreos 4:13 RV1960)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com