Por el valle de sombras – Luis Caccia Guerra

Por el valle de sombras

En alguna oportunidad durante mi juventud participé en un mini campamento de jóvenes o inclusive alguno que otro de toda la iglesia. En aquellos años, en la iglesia en la que me congregaba, estas actividades se realizaban en pleno campo y en carpas, a la orilla del río. ¡Realmente una delicia, una experiencia verdaderamente inolvidable en pleno contacto con la naturaleza! Hoy, son relativamente pocos los “campamentos” que se realizan. Más bien se trata de “retiros” y en instalaciones especialmente construidas para ese tipo de eventos.

A unos cuantos kilómetros de la ciudad, y lejos del mundanal ruido, si hay algo que me trae gratos recuerdos por sobre todas las cosas, es el fogón familiar de la última noche donde cantábamos alabanzas y compartíamos testimonios hasta altas horas de la noche antes de irnos a dormir. Alejado de las luces de la ciudad, aislados en medio del campo, no me alcanzan las palabras para describir y admirar la imponente belleza del espectáculo del cielo nocturno profusamente estrellado; la majestuosa obra del Gran Arquitecto, el Gran Hacedor, mi Papá Dios. Tu papá Dios.

¡Qué hermosura, Señor! “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” con sobradas razones y belleza expresiva alabó el salmista (Salmos 19:1). Con las luces de la ciudad, ese gran espectáculo continúa ahí presente para todos nosotros, pero ya no lo podemos ver. A lo sumo, son las estrellas más brillantes y más cercanas las que podemos apreciar a simple vista.

Esto me recordó algo más, esta mañana. Y es que durante el transcurso de mi vida, ha sido en el tránsito de los valles de sombras más profundos, más oscuros; cuando obligado a levantar la vista hacia el cielo pude ver, contemplar, disfrutar, gozarme, de la soberana belleza de mi Señor y Dios. Es que por naturaleza, tendemos a “mirar hacia el cielo” cuando algo nos pasa, cuando algo nos toca, cuando algo nos duele.

No resulta de extrañarse entonces, que los mejores escritos, que las bendiciones más bellas que he tenido el privilegio de recibir y compartir, hayan surgido entonces, de los valles de lágrimas y oscuridad más profundos. Cuando por algún momento Dios me aisló del mundanal ruido y de “las luces de la ciudad” para que brotara espontáneamente una alabanza genuina desde lo profundo de un corazón roto y quebrantado en medio de la oscuridad.

Oh SEÑOR, Señor nuestro, ¡tu majestuoso nombre llena la tierra! Tu gloria es más alta que los cielos. A los niños y a los bebés les has enseñado a hablar de tu fuerza, así silencias a tus enemigos y a todos los que se te oponen. Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto: ¿qué son los seres humanos para que pienses en ellos, los simples mortales para que de ellos te ocupes?

(Salmos 8:1-4 NTV)

Por: Luis Caccia Guerra

Escrito para www.devocionaldiario.com

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