Plantados a la orilla de un río – Luis Caccia Guerra

Plantados a la orilla de un río

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!

(Salmos 1:1-3 NVI 1984)

A menudo hay quienes pretenden presentarnos la vida cristiana como el árbol plantado junto a corrientes de aguas en un valle fértil. En contraste diametralmente opuesto, muchas veces la vida cristiana en la realidad se parece más a un árido desierto que al exuberante valle que algunos creen ver en el salmo.

En ciertos ámbitos hay quienes “promocionan” la vida cristiana como una retahíla de éxitos, bendiciones y victorias. No parece haber lugar en su prédica, para el dolor, el fracaso, la tristeza.

Otros, en cambio, hablan de la vida cristiana como una vida llena de luchas, ataques, dolores, privaciones y sufrimiento. Cualquiera que los escucha, dice: “¡si esto es ser cristiano, yo cualquier cosa, menos cristiano!”.

Ni un camino de rosas, ni una senda de tortura y sufrimiento, toda vez que el salmo exalta al Señor por sobre todas las cosas –no al hombre– y lo presenta como la fuente inagotable de consuelo y nutrición donde saciar su sed quien busca verdaderamente a Dios.

El simple hecho de ser cristianos, muy lejos de magnificar nuestra persona, enaltece en realidad a Cristo, quien derramó sobre nosotros la Abundante Gracia del perdón de nuestros pecados por medio de su sacrificio en el Calvario. “No hay nada que yo pueda hacer para que Dios me ame más de lo que me ama. No hay nada que yo haya hecho para que Dios me ame menos” dice Philip Yancey en su obra “Gracia divina vs. condena humana”.

El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias.

(Salmos 28:7 NVI 1984)

Autor: Luis Caccia Guerra

Escrito originalmente para: www.devocionaldiario.com

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