Otra vuelta de rosca – Luis Caccia Guerra
Otra vuelta de rosca
Cuando era muy joven y estaba en el último año del secundario (algo así como “preparatoria” en otros países) me tocó realizar prácticas técnicas en los talleres de un concesionario de una afamada marca italiana de automóviles. Era uno de los más grandes de la provincia. Recuerdo que un día me mandaron a desarmar una parte que se encontraba pegada al tren delantero por debajo del auto. A disgusto tomé las herramientas y con mucha dificultad me tiré en el piso bajo el automóvil y comencé a darle giros a un tornillo para extraer la pieza. Como no tenía idea de en qué sentido se ajustaba y en cual se aflojaba el tornillo –y como tampoco estaba dispuesto a preguntar– comencé a forcejear con vehemencia y gran esfuerzo hasta que conseguí que el tornillo aflojara… Aflojó, pero cuando extraje la herramienta en lugar de encontrar un agujero y la pieza suelta, la cabeza del tornillo había quedado en el tubo y el resto en el chasis del auto. ¡Cómo habría sido el ímpetu descontrolado que le puse a la tarea, que el tornillo se había descabezado! Cómo se las arregló mi instructor mecánico para resolverlo, no lo sé. Y a decir verdad, tampoco me importó. Se sentía bien que otro tuviera que vérselas con los problemas que yo había causado.
No fue sino varios años más tarde, cuando aprendí que –al menos en mi país– la gran mayoría de los tornillos se ajustan en el sentido de giro de las agujas del reloj y aflojan en sentido inverso. Pero para saber eso tuve que tener la humildad de preguntar.
A pesar del tiempo transcurrido –poco más de treinta años– hoy recuerdo esa escena como si hubiera sucedido ayer… ¡hasta puedo sentir el esfuerzo en mis manos y brazos y transpiro la gota gorda como si todavía estuviera tirado debajo de ese “128” nuevo de fines de los ’70!
Ocurrió cuando tenía 17, tal vez 18 años. Sin embargo en algún sentido, esa anécdota ha representado un verdadero ícono de lo que ha sido mi vida durante todos estos años.
Siempre a contrarreloj. Siempre “a contramano” de la vida haciendo lo que bien me pareció forzando situaciones y relaciones hasta literalmente romperlas. Hoy puedo ver con claridad que ya perdí la cuenta de la cantidad de relaciones, amistades, lealtades, sentimientos y corazones que rompí por estar girando siempre al revés y a contrasentido.
Desde estas líneas, un sentido y sincero: “Lo siento… humildemente pido perdón. No sabía lo que hacía.” Hoy caigo en la cuenta de lo mal que les hice a muchos de quienes me amaron con sinceridad y se acercaron a mí para tenderme una mano. Hoy caigo en la cuenta de mi propia ingratitud y desprecio hacia quienes tuvieron a bien ayudarme en algún difícil trance de mi vida, toda vez que una actitud agradecida es mucho más que pronunciar la palabra “gracias”.
Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría.
(Salmos 90:12 RV60)
Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.
(Colosenses 4:6 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com
Luis, que hermoso mensaje y cuanto humildad se lee en el, me gusta creer que son los años y los errores cometidos los que nos dan sabiduria.
Dicen los cristianos que no somos perfectos y en esa imperfección cometemos muchos errores.
Dios le bendiga y a usted y a mi nos de la oportunidad de comenzar de nuevo.
Me identfico totalmente con este testimonio; con su principio y sobre todo su final. Excelente.