Dios me mima
Dios me mima
En algún sitio leí una historia que decía que Jesús caminaba conmigo, y quedaban marcadas en las arenas del tiempo, las huellas de los dos. Pero un día, al mirar hacia atrás, y coincidiendo con las peores épocas de mi vida, ví que sólo había UN PAR de huellas. Una gran desazón me invadió al creer que en aquellos terribles momentos, cuando más lo necesitaba, Jesús me había abandonado, se había apartado. En realidad, había sólo un par de huellas, sí; pero no eran las mías, eran las de Jesús. Las mías no estaban porque en aquellos terribles momentos, Él me había cargado en sus brazos.
En I Reyes 19:4, encontramos a un gran hombre de Dios, a Elías, agotado en extremo, sentado bajo un enebro deseando morirse y pidiéndole a Dios que le quitase la vida. No quería saber más nada, con nada.
El mismo Elías que levantó un muerto (I Reyes 17:22), abrió los cielos con gran lluvia después de una prolongada sequía (I Reyes 18:45), hizo bajar fuego del cielo hasta consumir totalmente la ofrenda mojada en el monte Carmelo (I Reyes 18:38)… ahora abandonando la pelea y quería morir.
Elías venía huyendo de la muerte a manos del rey Acab y su maléfica esposa Jezabel quien había puesto precio a su cabeza. Curioso que le pida a Dios la muerte siendo que venía escapando de la muerte ¿no? En la Biblia encontramos a tres personas pidiendo a Dios morir: Moisés (Números 11:15), Elías (I Reyes 19:4) y Jonás (Jonás 4:3). En todas las ocasiones, idéntica respuesta: DENEGADO.
Me asombra, me conmueve, encontrar a Dios en esta historia, mimándolo a Elías, alimentándolo a Elías, escuchándolo a Elías, hablándole a Elías, consolándolo a Elías, animándolo a Elías asegurándole la victoria, y, por si algo faltara, llevándoselo consigo a Elías (2 Reyes cap.2). Todo ello, a pesar de Elías.
Hoy, nada ha cambiado. La muerte no es una opción para el creyente. Me asombra y a veces me conmueve hasta las lágrimas, la ternura y el amor con que Dios nos mima en las peores circunstancias. Difícil de explicar, difícil de poner en palabras. Hay que haber transitado un valle de sombras de muerte, hasta desfallecer, hasta el quebrantamiento total; hasta la súplica “¡Señor, ya no puedo más!” en medio de un mar de lágrimas, para poder entenderlo.
¡Vaya, si Dios es bueno!
Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
(2 Corintios 12:9 RV60)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com