¡Dios lo hizo! – Luis Caccia Guerra
¡Dios lo hizo!
Tengo un querido amigo desde hace muchos años. Nos conocimos en la iglesia. El era aún un niño y yo su joven maestro de la Escuela Dominical. El tiempo pasó, ninguno de los dos ya somos parte de aquella pequeña comunidad. Tomamos rumbos distintos, ambos crecimos y hoy somos adultos y padres de familia. Nuestra amistad sufrió algunos períodos de “freezer” y franco estancamiento. Sus padres aún viven, son gente de mucha vitalidad y muy activos en su comunidad. Con ellos también desarrollé una gran amistad y en mis épocas de joven maestro –aunque no lo saben, nunca se los dije– tuvieron un valioso e importante papel de contención con quien esto escribe.
En aquella lejana época, como parte de la liturgia del domingo por la mañana, el pastor comenzó a leer un devocional que a principios de los ‘80 no se descargaba de Internet, sino elegido de un librito que llegaba por correo. Luego de algunas semanas, me delegó esa parte a mí. Él elegía el devocional a leer y en determinado momento del culto me llamaba para compartirlo desde el púlpito. ¡A mis jóvenes veinte años, era todo un acontecimiento! Habida cuenta de que fue la primera responsabilidad que tuve en una iglesia.
Una de las últimas veces que nos vimos con mi amigo, me hizo saber que aunque en aquella época él era un niño todavía, recordaba esos momentos cuando quien esto escribe pasaba a leer el devocional desde el púlpito. Debo confesar que una gran emoción me invadió. Se me hizo un nudo en la garganta, y en voz baja y con gran esfuerzo para articular palabra, le respondí: -¡Hoy los escribo!
Hoy caigo en la cuenta de que Nuestro Amado Papá Celestial, además de abrir camino y puertas, me ha ido proveyendo en el transcurso del tiempo de todas las herramientas necesarias no solamente para escribir y enviar los escritos puntualmente y a través de los medios necesarios, sino también para crecer, aprender, capacitarme, pulir esa condición o habilidad innata de expresarme a través de la palabra escrita. No digo que ya lo haya logrado ni que la tarea esté culminada. En todo caso, en pleno desarrollo; habida cuenta de que se trata de un proceso, no de unos años, sino de toda una vida. Es que así es Dios. No te pone en un ministerio si no te ha provisto absolutamente de todos los elementos y herramientas que necesitas para ello, y esto incluye además de lo material, también lo relacionado con actitud y aptitud, es decir “tanto el querer como el hacer” (Filipenses 2:13).
Hay ministerios que resultan ser “más caros” y/o más difíciles que otros, ya sea por el nivel de capacitación y entrenamiento o por las herramientas que requieren para su desarrollo y ejecución. Ello implica indudablemente según casos, situaciones y personas, mayores o menores esfuerzos de nuestra parte, tanto en lo físico y material, como en lo mental y en lo espiritual. A nosotros nos toca el esfuerzo y la fe EN OBEDIENCIA. A Nuestro Amado Dios, el resto.
Un reconocido profesional no creyente, me dijo una vez esto: “-¿De qué te sirve juntarte cuarenta mil dólares al año, si un día te estrellas con el auto o te enfermas y tienes que gastar no sólo eso, sino mucho más para recuperarte y sin poder disfrutarlo?”. No pretendemos decir con esto que sea malo ahorrar, sino puntualizar el objeto de la acción.
En cambio, a la salida del templo y después de haber disfrutado durante el culto del excelente sonido de la guitarra y de una brillante ejecución, por cierto; refiriéndose al instrumento y al equipo, un creyente quien ha sido favorecido con bienes y un excelente trabajo, me dijo: “¿Sabes cuánto me costó esto? ¡Todavía me está doliendo!”. Sin comentarios.
Hoy no puedo menos que dar gracias con humildad y con mucho respeto por ambas declaraciones. Porque caigo en la cuenta de que a pesar de lo importante que considere mis esfuerzos y logros, no importa si en lo material y económico, lo físico, lo mental o lo espiritual; lo mío fue sólo OBEDIENCIA y nada más que eso.
DIOS LO HIZO
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
(Efesios 2:10 RV60)
¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos.
(Lucas 17:7-10 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com