Confianza

Confianza

Por ahí leí algo así como: “si tienes problemas, no ABRAS Facebook; CIERRA la puerta de tu habitación y pega tus rodillas al piso en oración.” Y también: “Que esto quede entre tú y yo, Señor.” Y es que muchas veces, hay cosas del abismo de nuestro interior que es mejor que se queden entre nosotros y Dios; sin intervención humana, que por muy “profesional” que ésta sea, a veces lejos de resolver, en ciertos casos causa más estragos que el problema existente, que ya de por sí es una carga demasiado pesada y dolorosa.

También es cierto que muchas veces -más de las que nos podemos dar cuenta- tendemos a hablar de las cosas que nos duelen y nos lastiman en la fibra más íntima de nuestro ser; con un amigo, con un ser querido, con un pariente… con alguien de nuestra más completa confianza. Y esto no está mal. Tampoco está mal consultar al profesional.

Lo que no está bien es que muchas de estas cosas se las podemos decir a corazón abierto, sin tapujos y sin rodeos a otro ser humano y no le las podemos decir a Dios. O, por lo menos, NO SE LAS PODEMOS DECIR A DIOS, EXACTAMENTE COMO SE LAS DECIMOS AL AMIGO. Toda vez que Dios inclina su oído para escuchar lo que le decimos, pero con frecuencia nos olvidamos que también TIENE CAPACIDAD DE ESCUCHAR LO QUE NO LE DECIMOS, PERO QUE NUESTRO CORAZON SÍ LO DICE, en su propio lenguaje y A GRITOS.

¿Por qué gritamos cuando sufrimos un repentino y terrible dolor? Porque es una forma defensiva, inconsciente, que tiene nuestra psique de desviar la atención para poder soportar tanto dolor. Alguien dijo que el dolor del alma es mucho más terrible que el dolor del cuerpo físico. Cuando el alma herida duele, llora en un mar de lágrimas silente, sin gritos ni susurros, se desangra en silencio. Ahí no hay grito físico que tenga la capacidad de desviar la atención ni atenuar el dolor.

¿Crees que eso Dios no lo escucha? Alguien escribió: “No hay silencio que Dios no entienda, tristezas de las que Él no sepa, amor que Él ignore, ni lágrimas que Él no valore.”

Es por ello que es tan importante no descuidar la comunión con Jesús. Él nos está invitando amorosamente y permanentemente a hablar con Él. Así como podemos hablar de lo que nos duele, nos lastima, nos avergüenza, con alguien de nuestra confianza; también podemos decidir ocultárselo, ya sea por pudor, por vergüenza… o por lo que sea. Pero ocultar -o no decirlas, que es lo mismo- cosas a Jesús implica el triste hecho de que tenemos algo malo que esconder y no tenemos la suficiente confianza en Él para exponerlas libremente.

Adán cuando cayó en la cuenta de lo que había hecho, se ocultó de la presencia de Dios en el Huerto. No dice la Escritura que tuviera vergüenza o pudor por estar desnudo delante de Dios. Lo que dice, es que tuvo MIEDO. Es que la convicción de pecado provoca entre otras cosas, MIEDO. Y hoy es más de lo mismo. A veces nos ocultamos o le ocultamos cosas a Dios, por miedo. Y miedo también implica falta de confianza.

Los amigos cambian; vienen y se van en el transcurso de toda una vida. Pero esto no ocurre con Jesús. Él es un amigo que no cambia, Él no se va, Él no te abandona.

Ante un amigo verdadero como Él, que lo dio todo por nosotros, que hoy intercede ante el Padre por nosotros, que no hay cosa que Él no tenga autoridad de perdonar, que no hay cosa que Él no tenga capacidad de restaurar, de sanar, de liberar…

La falta de confesión con Él, es cosa realmente grave! Toda vez que no hay pecado que Él no pueda perdonar… excepto el pecado no confesado.

“en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él”

(Efesios 3:12 RV60)

Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com

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