Testimonio – Hefzi-ba Palomino
HOY CONOCÍ A JESUCRISTO
Sucedió el 5 de octubre del año 1996, aproximadamente a las 10 de la mañana, cuando me disponía a cumplir con el encargo de una hermana mía que vive en los Estados Unidos, que consistía en visitar a una enferma de cáncer que estaba hospitalizada en una clínica y a quien yo no conocía. Según referencias de mi hermana, solo le quedaban más o menos dos meses de vida, pero yo no debía mencionarlo porque la paciente no sabía la enfermedad que padecía.
Llegué a la clínica con la obvia pregunta de quien va a enfrentar un ambiente desconocido y, sobre todo, incómodo y doloroso: “¿Y qué le voy a decir cuando llegue?”. Traté de ensayar algunos estereotipos, por ejemplo: “Hola, soy hermana de Carmen, que vive en los Estados Unidos y es muy amiga de su hermano y me pidió que la visitara… bla, bla, bla”. Sonaba bien y parecía lo más razonable; sin embargo, confieso que me molestaba enormemente la sensación de ir a visitar a alguien que no sabía que se iba a morir y me decía a mí misma: “Si yo estuviera en su lugar, ¿sería justo que todo el mundo supiera que me voy a morir y yo no? ¿A quién podría importarle más que a mí misma el sentido de mi propia vida? ¿Acaso no sería peor el dolor de morir en el engaño que el dolor de la conciencia de mi propio fin y de no haber tenido la oportunidad de arrepentirme, quizás, o de prepararme para otra vida, si la hay? Además, ¿con qué autoridad manipulamos la vida de otras personas y quién tiene poder sobre esta –aparte de Dios– para poder asegurar cuánto tiempo le queda de vida a alguien?”. Yo misma me contestaba: “Eso nadie lo sabe, los médicos son tan imperfectos en su humanidad como cualquiera de nosotros, también se enferman y mueren, ¿por qué creer que tienen la última palabra?”. En fin, estas eran mis reflexiones mientras caminaba hacia mi destino.
Estaba segura de que iba a encontrar a unos parientes a los que me hubiese gustado hacerles una reflexión e instarlos a que le revelasen la verdad a la paciente, pero ¿me harían caso o me escucharían? Seguramente sus argumentos serían más fuertes que los míos y desconocía el número de personas que tendría que enfrentar, ya que sabía que toda una familia se había puesto de acuerdo en no decir nada… ¡Misión imposible! Pero en mi fuero interno iba firmemente convencida de que yo tenía que cumplir una misión y hacer caer en cuenta a estas personas del error que estaban cometiendo, por lo que dejé de preocuparme temporalmente por qué iba a decir…, ya vería… Atravesé el parqueadero y entré al antejardín de la clínica. De pronto, un pensamiento llegó a mi mente: “No os preocupéis de lo que vas a decir”, y recordé a Jesús.
Tomé el ascensor y en un minuto me encontraba encaminándome hacia la habitación 512 de la Clínica de Los Remedios en la ciudad de Cali, Colombia. Llegué a un cuarto muy silencioso y elegante. En la sala de espera se encontraba un hombre joven hablando por teléfono; lo saludé y entré a la habitación, a pesar del aviso que había en su puerta que decía: “Prohibida las visitas a esta paciente por orden médica”. Caminé hacia el interior de la habitación y encontré a una enfermera haciéndole terapia respiratoria a una paciente robusta, relativamente joven y que reflejaba una gran nobleza en su rostro; tenía puesta una máscara de oxígeno. En la habitación había una niña adolescente como acompañante; saludé y me quedé allí, en medio de la habitación…, muda, mirando a mi alrededor. Había un cuadro de un maestro oriental en un extremo del cuarto y muchas flores. Deduje que la señora era muy querida por sus parientes y que además alguien tenía un maestro oriental como yo, pero seguía ahí… parada… mirando el tratamiento y muda… Afortunadamente, el silencio se rompió cuando me hicieron salir para continuar con la terapia.
Esperé en la salita y habría salido corriendo de ese lugar si no hubiese sentido que estaba allí por algo…, tal vez el compromiso que había adquirido con mi hermana. Pensé: “Bueno, si no me autorizan a verla, qué se va a hacer –es lo que hubiera querido–, aceptaré que fue esta tu voluntad, Dios”, y se me vinieron a la mente escenas de cómo Jesús curaba enfermos y consolaba a los pobres y de cómo mucha gente aun lo rechazaba (entre la que me contaba yo), lo habían injuriado e insultado o simplemente lo ignoraban o no querían saber nada de Él. Al fin salió de nuevo el joven que estaba en la habitación y me preguntó quién era yo. Difícil pregunta, pues creo que ni yo misma lo sabía. Reaccioné rápidamente y le contesté: “Soy la hermana de Carmen, que es amiga de Enrique en Estados Unidos, y ella me pidió que viniera a verla de su parte para traerle un mensaje…” –“de amor”, pensé–, y callé.
El joven entró en la habitación repitiendo el nombre de mi hermana y, cuando volvió a salir, me autorizó la entrada. Saludé nuevamente con una sonrisa a la niña y me dirigí directamente a la cama de la paciente; tomándole amorosamente una mano, llevé esta contra mí, y mientras la miraba fijamente a los ojos, queriendo impregnarla de toda la fuerza y amor del universo, le di el más bello mensaje de amor que jamás haya imaginado. En este momento tal vez no son importantes las palabras en sí, pues ni siquiera las recuerdo, sino el poder y la fuerza del amor con que las pronuncié. Me despedí deseándole que pronto estuviese bien y salí.
¡Me sentía tan extraña cuando salí de la habitación! Es difícil de explicar: era como si caminara por el aire, como si la sensación de ser hubiese sobrepasado los límites de mi cuerpo y flotara; como si mi ser fuese una gota de agua que de pronto se sumergió en un océano. Perdí por un momento la sensación del tiempo y de mí misma, me sentía parte de algo más grande que no entendía. “¿Será que entré en otra dimensión?”, pensé. Trataba de encontrar rápidamente una respuesta que encajara en la razón, pero lo que me estaba pasando superaba mis propios pensamientos. Estaba llena, hasta desbordar, de una sensación y fuerza desconocidas por mí: amor. “¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?”. No encontraba respuestas, ¡pero ahí estaba y era real! Era sentirme bañada por una ola majestuosa de amor, santidad, pureza, poder y fuerza que nunca antes había experimentado ni tan sólo imaginado.
Mientras “aterrizaba” de ese extraño estado y me recuperaba o volvía a mi estado normal de conciencia, Jesús seguía en mi mente y, sin conocerlo, sentí y reconocí su presencia. Realmente admiré a aquellos “extraños cristianos” que yo conocía, que visitaban enfermos en clínicas, a presos en cárceles adonde nunca habían estado, o que simplemente oraban por aquellos a quienes nunca habían visto.
Ya más calmada, retrocedí el tiempo en mi memoria y, de pronto, caí en cuenta… ¡No era yo quien había estado allí junto a esa enferma! ¡Era Jesucristo quien había hablado, amado y mirado a esa paciente! De ninguna manera había sido yo, ¿cómo iba yo a sentir tanto amor por alguien a quien veía por primera y quizás última vez? Entonces… ¡Jesús está vivo! De alguna manera, hice contacto con Él, tal vez me desdoblé y entré a una esfera muy alta de espiritualidad… De pronto comprendí lo que anteriormente me había pasado; Oh, Dios, ¡qué sucia e indigna me sentí! Empecé a llorar y lloré el resto del día, me dolía haber estado separada de Dios tanto tiempo y me sentía indigna de que Él me hubiera visitado.
Aquel día di gracias a Dios todopoderoso por permitirme conocer a su Hijo Jesús y, a través de mi propio ser, sentir su presencia y su amor. Ya en la noche, aún llena de su presencia y después de escribir este testimonio, dormí como no había podido hacerlo desde que era una niña. Ese día conocí la paz, como un sello en mi corazón, y por primera vez en mi vida me sentí de verdad amada y protegida.
El anterior es el testimonio que dio origen a mi libro Hoy Conocí a Jesucristo y tengo varias razones para recomendártelo:
1. Hoy, es una palabra muy especial porque encierra el misterio de la eternidad; solo existe un hoy, un ahora; siempre habrá un mañana, aunque ya no estemos y porque Dios es el mismo, ayer, hoy y siempre. Con este libro, hoy, alguien puede acercarse, conocer y aceptar el amor de Dios en su vida, a través de Jesucristo.
2. Porque no es un libro cualquiera, es el testimonio de una mujer corriente, pecadora, indómita y rebelde, llena de problemas, conflictos y culpa, como hay tantos en el mundo, de la que El Señor tuvo, un día, misericordia y le reveló su amor hacia ella y sus semejantes.
3. Porque puede ser la puerta a través de la cual, Jesucristo toque, salve y ministre una vida. Ap.3.20 “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entrare a el, y cenare con el, y el conmigo.”
Este libro lo puedes encontrar en muchos sitios en Internet y viene en formato electrónico y en papel, su precio puede ser de tan solo US$9.90 en su presentación electrónica. Puedes buscarlo por su titulo o por su autor en los portales en español (spanish books) de los siguientes sitios, solo necesitas una tarjeta debito, crédito, o una cuenta segura en paypal:
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La autora de este libro te desea una feliz Navidad y que la luz de Dios brille en ti y en todos tus seres queridos.
Hefzi-ba Palomino
Bello, hermoso mensaje.
No pudé contener 2 lagrimitas que rodarón por mis mejillas.
Dios es bueno y nos usa grandemente, para llevar todo lo que aquella persona nececita….finalmente somos un instrumento en sus manos y lo único que tenemos que hacer es ser “dociles”
Dios le Bendiga!
Buen día. Quisiera por favor tener el correo electornico o numero telefonico de la señora:
HEFZI-BÁ PALOMINO
Cordial saludo
HECTOR VARGAS