Hermano Pablo – Dos Niños: Uno Blanco y otro Negro

DOS NIÑOS: UNO BLANCO Y OTRO NEGRO

por el Hermano Pablo

nino-blanco-y-negroAndaban juntos por las calles todo el día. Era igual la vida que ambos llevaban. Revolvían los tanques de la basura. Recogían objetos del suelo. Comían desperdicios de los restaurantes. Gritaban a los autos. Pedían limosna a los transeúntes.

Una mañana amanecieron los dos muertos, muy juntos, como protegiéndose del frío. No tendrían más de ocho años. Uno era un niño blanco; el otro, un niño negro. Los había matado la orfandad, el frío, la soledad y los granos de la droga crack que habían ingerido por la noche.

Sucedió en la ciudad de Los Ángeles, California, pero pudiera haber ocurrido, y de hecho ocurre, en cualquier metrópoli del mundo.

La niñez abandonada no es un drama sólo de los países pobres o del llamado tercer mundo. Los países ricos también sufren de ese mal social. Casi todos los niños abandonados provienen de hogares destruidos, en los que marido y mujer no se aman, sino apenas se soportan; en los que el padre y la madre no cumplen con su deber hacia los hijos; hogares donde no hay responsabilidad, ni conciencia, ni interés ni cariño. Los niños, queridos regalos de Dios, son un estorbo, una molestia, una carga que no se soporta. De tan poco valor son, que es más fácil abandonarlos a la suerte de la calle que amarlos y sustentarlos como se espera de padres responsables.

Las Naciones Unidas informan cada año acerca de la cantidad de niños alrededor del mundo que no tienen hogar. Suman millones. Son la generación perdida del mañana, las legiones que llenarán cárceles y cementerios antes de cumplir los veinte años.

Lo triste es que, de alguna manera, los niños que no tienen el calor de hogar, el cariño de los padres y el sentido de la unidad familiar son también huérfanos, aunque vivan bajo el mismo techo con los padres.

¿Qué podemos hacer para que nuestros niños se sientan parte del núcleo familiar? Tomarlos en cuenta. Mostrarles constantemente amor y cariño. Y tener cada día un tiempo de recogimiento espiritual con ellos, en el que entiendan que Cristo es el Señor del hogar.

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