¿Que Clase de Cristiano Eres Tú? – Hefzi-ba Palomino
¿Que Clase de Cristiano Eres Tú?
por Hefzi-ba Palomino
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdono a vosotros en Cristo”. (Efesios 4:31-32)
En las Iglesias vemos toda clase de personas: naturales, carnales y espirituales. Es como estar sentado en un estrado contemplando una carera de atletismo. Así, hay algunos que van a la delantera, mientras que otros le siguen de cerca. Están también unos en el medio y otros francamente retrasados. Por lo que algunos pueden preguntarse: ¿Por qué algunos cristianos a pesar de haber recibido al Señor en su corazón y haberle entregado su vida, viven todavía amargados, derrotados, deprimidos y resentidos contra el mundo y sus habitantes? ¿Por qué no han aprendido a perdonar, viven en el pasado o no son felices?
¿Qué diferencia a un cristiano de una persona del mundo, una persona natural? Y es que muchas veces no es fácil diferenciar claramente a un cristiano de una persona del mundo. Ya que se supone que el cristiano, a diferencia de una persona del mundo, tiene a Cristo, tiene la vida, tiene la luz, tiene discernimiento. Su casa está limpia pues es limpio de pecado y ha sido perdonado. Sin embargo, el ser salvo, no significa aun ser el hombre o la mujer que Dios quiere que seamos. Son precisamente nuestros actos lo único que las personas pueden percibir de nosotros.
En Mateo 7:16, Jesús dijo que por sus frutos los conoceríamos o los diferenciaríamos. Pero, ¿a qué frutos se refería? ¿Acaso somos árboles, tierra o semillas, para que demos frutos? Jesús se refiere a dos aspectos: el primero se refería al Espíritu. Dios es Espíritu y es Padre de todos los espíritus y cuando nacemos de nuevo y somos nuevas criaturas en Cristo, es evidente que ese nuevo nacimiento, esa nueva vida se refiere al avivamiento de nuestro Espíritu. Cuando invitamos a Jesús a entrar en nuestro corazón y le entregamos nuestra vida, el que realmente está con nosotros físicamente desde ese momento y para siempre es el Espíritu Santo y ese Espíritu de Dios es plantado en nosotros como una semilla. Por lo que para Dios, nosotros sus hijos somos tierra y el terreno donde se siembra es nuestra mente y nuestro corazón.
Cada uno de nosotros es como un árbol en ese gran paraíso lleno de vida que Él creó y su palabra, es su semilla, la cual tiene que “romper el cascaron” para poder brotar, echar raíces, crecer, fortalecerse y cuando esté en su tiempo de madurez, fructificar. La nueva vida en el Espíritu, es un árbol nuevo y debe ser regado, protegido con las condiciones apropiadas de luz y calor, y aun debe echar raíces, afianzarse en la tierra para que los vientos y las tempestades no lo derriben y con el tiempo, cuando este listo, comenzará a florecer y a mostrar frutos. En el caso del cristiano, los frutos que han de crecer son los del Espíritu (Gálatas 5:22) y formaran en su interior al hombre espiritual: el hombre y la mujer que Dios quiere que usted sea. Nada se hace de la noche a la mañana y el fruto de la paciencia es la fe. Todo tiene su tiempo dice Eclesiastés 3. Aun para crear el vasto universo y la tierra, Dios se tomó una semana, que en tiempo de Dios, bien podría equivaler a miles de años. ¿Cuánto tiempo se tomará el Señor en formar ese hombre o esa mujer espiritual? Depende de ti y de nadie más.
El segundo factor a que se refiere Jesús cuando habla de frutos, son las obras, los hechos, nuestro actuar. ¿Cómo reaccionamos ante las circunstancias de la vida, ante las ofensas, ante las dificultades? ¿Cuál es nuestra actitud frente al dinero, al prójimo, a la Iglesia, al servicio? Es claro que la salvación vino por Jesucristo y no por las obras de la Ley, pero también debemos tener claridad que la madurez espiritual, produce frutos de arrepentimiento y de justicia y que Jesús no vino para abrogar la Ley, sino para cumplirla. Y la Ley de Dios se ha cumplido, se cumple y se seguirá cumpliendo por siempre. Por tanto, todo lo que hacemos tiene unas consecuencias y a veces aunque no nos gusta lo que la vida nos trae, debemos aceptar y tener el entendimiento de que nosotros hemos atraído esas circunstancias, ya sea por malas decisiones, por nuestros actos o porque seguimos aferrados al hombre carnal, a nuestra manera de ser, pensar, sentir y actuar del viejo hombre.
Cuando recibimos al Señor en nuestra vida, esto es el fin para el viejo hombre, pero apenas un nuevo comienzo para la nueva criatura. Por lo que debemos pedir a Dios la sabiduría y el discernimiento necesarios para confrontarnos a nosotros mismos y evaluar cómo va nuestra carrera y en qué lugar estamos. ¿Estamos agradando al Señor con nuestras acciones y reflejando su imagen en nosotros? ¿Vives todavía según la carne o según el Espíritu? Estas preguntas te ayudaran a examinarte a ti mismo:
1. ¿En qué terreno cayó la semilla de las buenas nuevas cuando te compartieron de Cristo? (Parábola del sembrador: Mateo 13: 1-32)
2. ¿Cómo esta tu fe? (Romanos 10:17) La fe viene por el oír y el oír la palabra de Dios. No podemos aumentar la fe, sino nos congregamos, si no leemos la palabra diariamente, si no practicamos la obediencia y si no oramos y mantenemos una comunicación permanente con nuestro Salvador.
3. Renueva tu mente y tu corazón en Cristo (Efesios 4:23). Medita sobre en qué forma has cambiado tu manera de pensar, de sentir, de actuar. ¿Sigues esclavo de los mismos vicios y ataduras carnales de antes? ¿Se ha fortalecido tú voluntad para luchar contra las tentaciones?
4. ¿Le crees a Dios? ¿Cuáles son las promesas de Dios para tu vida? (Números 23:19) ¿Cuáles se han cumplido?
5. ¿Tienes debilidades y sientes que no puedes luchar con ellas? Jesús ya te hizo libre de esas ataduras, tu trabajo es creerlo y nadie tiene porque juzgarte, porque Jesús así como somos NOS AMA (2da. Corintios 12:9-10) Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad, dice el Señor. Tú ora, cree, clama, pide y El hará.
6. ¿Es la presencia de Dios una realidad en tu vida?
7. ¿Refleja tu vida, los frutos del Espíritu?
Las respuestas a estas y otras interrogantes que seguramente Dios plantea en tu vida, son las que van a decidir
¿qué clase de cristiano eres tú y en qué grupo estás?
• Hombre natural
• Hombre carnal
• Hombre Espiritual
Escrito para www.devocionaldiario.com