Jesús Lloró – Dante Gebel

Jesús lloró

por Dante Gebel

jesus-lloroHay una conocida historia de otros amigos del Señor, que también creyeron sentirse abandonados y solos.

Al igual que Abraham, eran viejos camaradas del Maestro. Cuando en medio de la atareada agenda, el Señor quería quitarse los zapatos, comer una deliciosa pizza y compartir alguna charla de café hasta la madrugada, la casa de Lázaro y sus hermanas era el lugar apropiado.
Ni siquiera los apóstoles podían entrar en ese selecto círculo.

Tampoco sus íntimos, como Pedro o Juan. La casa de Lázaro era el lugar ideal para distenderse de las arduas tareas ministeriales.
Puedo ver la sonrisa en el rostro de Jesús al repasar su itinerario y darse cuenta que pasará cerca de Betania. El Señor tenía muy buenos amigos en esa ciudad.

Las bromas de Lázaro que siempre lograban arrancarle una carcajada al Maestro. Y esas anécdotas increíbles que sólo a el podían sucederle. Indudablemente Lázaro es de esos amigos que logran hacerte sentir bien y por unas horas, no tienes que pensar en las complicaciones cotidianas.

Y la deliciosa tarta de Marta. Nadie en todo Betania y sus alrededores cocina como ella. El Maestro podía sentir el dulce aroma de su arte culinaria, aún antes de entrar en la casa. Y María. Con sus eternas y ocurrentes preguntas. Y esas singulares frases que parecen sacadas de un libro de poesías.

Definitivamente, el Señor tiene tres buenos amigos con quien compartir una distendida cena.

No tiene que avisar con mucha antelación. Sólo envía un mensajero a decirles,

-Jesús está a la otra orilla. Me dice que no bien se desocupe y termine con el servicio de milagros, pasará a comer algo. Ah, y me insistió con que Marta no olvide cocinar esa tarta de zapallos tan exquisita.

Puedo imaginarme la velada. Luego de las bromas de rigor ellos escuchan con atención a Cristo mientras les habla de los planes futuros, de lo que sucederá en Jerusalén. Indudablemente, ésta es la familia más informada en cuanto a los planes del Señor y las verdades del Reino.

Siempre es un placer tener a Jesús en casa. Y lo que es mejor, es bueno saber que pasará por aquí, cada vez que esté cerca de Betania, después de todo, no está tan lejos de Jerusalén.

El Maestro tiene la suficiente confianza para quedarse a pasar la noche. Un frugal desayuno lo esperará cuando los primeros rayos de sol invadan la cómoda habitación que comparte con Lázaro. Luego se despedirá con un abrazo, y la promesa de regresar en cualquier momento, cuando haya un próximo hueco en la agenda.

Pero la crisis también llega, como un irreverente intruso a la casa de Marta y María. Un atardecer, Lázaro llega a casa con algunas líneas de fiebre. No parece algo como para preocuparse, pero se ve un tanto pálido.

Marta le sugiere que se dé un baño de inmersión y que vaya, sin escalas, directo a la cama. Por la madrugada, la fiebre parece subir sin piedad, y junto con las primeras convulsiones, comienza a delirar.
María considera que tal vez, éste sea el momento de llamar a su amigo. Han pasado noches enteras oyendo las fascinantes historias de los milagros del Señor. Lo han visto resucitar muertos y sanar a los enfermos como parte de su rutina de trabajo. Y después de todo, ellos pueden considerarse amigos del círculo íntimo de Jesús.

Es que, Dios suele dormir en su casa.

Envían un mensajero con la noticia de último momento.

-Díganle que Lázaro, su amigo, está muy grave.

Pero curiosamente, cuando el Maestro se entera de la triste noticia, en lugar de cruzar a Betania, se va para Judea. Y por alguna razón, llega cuatro días tarde. Demasiado tarde.

Lázaro está muerto.

Marta y María están dolidas y molestas. Se sienten que el Maestro los ha dejado librados a su suerte.

-Estoy sorprendida por la actitud de Jesús. Se suponía que era nuestro amigo. Ni siquiera fue capaz de estar presente para su funeral. Tiene tiempo para sanar a diez leprosos. Se detiene por un desconocido llamado Bartimeo. No le importó salir del itinerario para sanar a una mujer con flujo de sangre. Pero no tiene tiempo de estar con nosotros cuando lo necesitamos.

Otra vez, la impetuosa soledad, que llega impiadosa, haciéndoles creer que el mismo Dios las acaba de abandonar.

El Señor le dice a Marta que su hermano ha de vivir.

Así de sencillo. Que confíe en El. Que no hay razones para estar tristes. Que se trata de un plan diseñado en los Cielos.

Pero sus amigas ya no confían.

Las lágrimas de estos cuatro días se llevaron la poca fe que les quedaba.

Ellas no esperan un milagro. Quizá unas disculpas, pero no un milagro.

Al menos, hubiese traído flores y una buena excusa.

-No podía Pedro reemplazarte y predicar unos días? No lo puedo creer -dice Marta- los vecinos están asombrados de tu “amistad”. Con amigos como tú, quién necesita enemigos. De haber estado aquí, mi hermano no estaría muerto.

El Señor observa la mirada hostil y acusadora de esa misma mujer que tantas veces le había preparado su tarta favorita. Observa la tristeza y la falta de fe de María, con quien compartió tantas verdades.

Otra vez, el mismo común denominador de la soledad.

-Debiste haber llegado a tiempo.

-Pudiste hacer algo, enviar a alguien, aunque sea.

Las acusaciones de siempre, dirigidas a Quien creemos que debió ayudarnos.

Debió.

Pudo.

Es entonces, que Jesús lloró.

No te confundas tú también. No creas lo que tantos predicadores han pregonado por años. Jesús no llora por su amigo Lázaro. Porqué llorar por alguien que va a resucitar en cuestión de minutos? Jesús no lloraría por algo tan pasajero.

El Señor llora por Marta, por María, por sus amigos.
Tantas horas compartidas. Tantas tazas de café. Tantos viernes de pizza hablando de los secretos escondidos y los Planes del Cielo. Tantas leyes del Reino, tantas veces de hablar sobre Su misión en la tierra.

Eran amigos, pero no lo conocían.

-Bueno, no es que dudemos, pero una cosa es sanar un enfermo, otra muy distinta, hacer algo con un muerto.

Confiaban en El, pero con ciertas restricciones. Con reservas. Eres Dios, siempre y cuando mi problema no sea tan grande que hasta te supere a ti, inclusive.

Marta, María y aún los vecinos de Betania no comprenden que sólo es un plan orquestado para que El pueda mostrar su Gloria. Que jamás los ha dejado solos, por el contrario, el propósito era atraerlos hacia El y que formen parte de la historia grande de las escrituras.

Aún a pesar de todo, el Señor les dará una oportunidad para creer. Les ordenará que quiten la piedra y traerá a Lázaro de regreso.
Si. La misma piedra que El mismo podría pulverizar o hacerla levitar. Aquella que decenas de ángeles, muy gustosos, estarían dispuestos a mover. Pero El les dará la oportunidad a sus amigos.

-Marta, María, respetables vecinos. Sólo voy a pedirles un enorme favor. Si aún le quedan ganas de confiar y creen en esta amistad, corran la piedra de la tumba.

El mismo Señor que iba a resucitar a un muerto, les deja participar del milagro.

Cuando se lo cuenten a sus nietos, podrán decir que colaboraron con Dios. Que por un instante, fueron los asistentes para que el Gran Mago saque un conejo de la galera. Inesperado. Cuando todo el público creía que el truco había fallado. O que había llegado tarde.
Por esa misma razón, no tienes de que preocuparte. Si lo ves de esta forma, esto recién acaba de comenzar.

Tu amigo está a la otra orilla y ya sabe que estás en problemas. Si parece llegar tarde, es porque acaso, quiera atraerte hacia El.
Y cuando finalmente llegue, lo hará con un truco bajo la manga.
Y hasta quizá, te deje asistirlo y formar parte del milagro.

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Adaptado de “Las arenas del alma”
(Editorial Vida-Zondervan)

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