Adam Colwell – Una valentía excepcional
Sifra y fúa: dos mujeres que se atrevieron a desobedecer las ordenes del faraón
por Adam Colwell
En la mayoría de las cosas eran muy diferentes. Una conoció el lujo y la riqueza; la otra, la pobreza y la suciedad. Una usaba ropa de diseño; la otra, un sencillo sari azul y blanco. Hace menos de 12 años que estas mujeres tan disímiles, pero igualmente excepcionales, partieron de este mundo con una semana de diferencia una de la otra.
La princesa Diana, de 36 años, falleció en un horrible accidente de tránsito en Paris, mientras que la Madre Teresa, de 87, murió en su cama, en una sencilla habitación, en Calcuta, a causa de múltiples complicaciones de salud. El interés de Diana por los pobres y por las personas víctimas de la lepra, del sida y de las minas terrestres, la convirtieron en “la princesa del pueblo”. La Madre Teresa consagró su vida a los más pobres de los pobres en la India. Ella nunca flaqueó en su compromiso con Cristo, y veía el rostro de Dios, como decía a menudo, “en su máscara más dolorosa”.1
Las muertes de estas valerosas mujeres hicieron que el mundo se detuviera por un momento, y que se afligiera y rezara. El tiempo dirá hasta qué medida perdurará la huella que dejaron, pero lo que sí sabemos es que cada una de ellas hizo una gran diferencia en nuestro mundo.
Otras dos mujeres, mucho menos conocidas, hicieron también una notable diferencia en su mundo. Y aunque sucedió hace siglos, lo que hicieron fue esencial para todos los cristianos. Sus nombres fueron Sifra y Fúa.
De la prosperidad a la esclavitud: un cambio en el liderazgo causa la desventura de los israelitas
Éxodo 1 nos dice que Sifra y Fúa vivían bajo la autoridad de Faraón, durante tiempos que no podían haber sido más difíciles para los israelitas. En los años que siguieron a la sabia administración que hizo José bajo el rey de Egipto, el pueblo de Israel había prosperado y crecido. Se multiplicaron tanto que la Biblia dice que “se llenó de ellos la tierra” (v. 7).
Esto constituía un problema para el nuevo Faraón, quien no sabía o no le importaban José ni todo el bien que le había hecho al país. Veía a los israelitas como una amenaza, por lo que dijo a los egipcios: “El pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra” (v. 9, 10).
La solución que encontró fue simple: convirtió a los israelitas en sus esclavos. Gracias al trabajo de éstos, se construyeron ciudades enteras. Pero sucedió una cosa extraña: cuanto más oprimidos eran los hebreos, más se multiplicaban y extendían, y los egipcios llegaron a “temerles”. Éxodo 1.12, 13 dice que “hicieron servir a los hijos de Israel con dureza”. Pero, a pesar de lo severo que era eso, Faraón tenía en mente algo aun más siniestro.
Puestas para hacer una diferencia
Sifra y Fúa, parteras hebreas de profesión, recibieron una orden repulsiva de Faraón: “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva” (v. 16). Se les dijo, en esencia, que contribuyeran al genocidio de los varones, y ellas estaban en condiciones de hacerlo. Puesto que los israelitas eran tan numerosos, los eruditos creen que había probablemente otras parteras bajo la supervisión de Sifra y Fúa.2 Todas ellas habían sido autorizadas por Faraón para asesinar impunemente.
Pero Sifra y Fúa vivían su vida bajo la autoridad de un Rey diferente, uno al que Faraón de Egipto no reconocía todavía, pero que un día iba a conocer muy bien. “Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto”, dice Éxodo 1.17. Dejaban con vida a los niños varones. Sifra y Fúa tuvieron la valentía de arriesgar sus vidas con la esperanza de salvar a muchos.
Cuando hacer lo incorrecto es lo correcto
El acto de desobediencia de las parteras no pasó desapercibido, por supuesto. “¿Por qué habéis hecho esto?”, preguntó Faraón, extrañado (v. 18). Sifra y Fúa respondieron con lo que pudiera decirse que fue la mentira más grande, adornada con un humor sarcástico hacia sus tiránicos amos: “Las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas” (v. 19).
Aunque los Diez Mandamientos aún no habían sido dados, sabemos que uno de ellos condenaría claramente el dar falso testimonio. ¿Cuál fue, entonces, la respuesta del Señor a la deliberada mentira de Sifra y Fúa? Éxodo 1.20 dice: “Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera”. “Bien” aquí está la traducción del término hebreo yatab,3 que significa también “ser bueno, hacerlo bien, estar contento, agradar, hacer bien”. Esto está absolutamente claro. Dios vio el engaño de ellas como lo correcto. Pero allí no acabó el favor de Dios hacia Sifra y Fúa.
Una recompensa inesperada
Dios tenía una sorpresa más en respuesta a las parteras, y esta sorpresa tocaba una necesidad profundamente personal. “Y por las parteras haber temido a Dios, él prosperó sus familias” (v. 21). ¿No es así como actúa nuestro misericordioso Señor? El relato no nos había dicho antes que Sifra y Fúa no habían tenido hijos, ni mucho menos que los deseaban. Pero uno puede entender con toda seguridad que era así. Habían traído un niño tras otro al mundo, arriesgando su propio bienestar, para que esos niños pudieran vivir. Y Dios les dijo “bien hecho” a estas mujeres al darles la bendición de tener hijos propios a los cuales criar.
Un nuevo edicto produjo otro milagro
En este punto, Sifra y Fúa desaparecen de las páginas de la Biblia, no así su impacto permanente. Veamos lo que sucedió después. “Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (v. 22). ¡Un momento! ¿No fue contraproducente la valentía de las parteras? Faraón básicamente desconoció la influencia de ellas al ordenar a su pueblo que mataran a los niños varones. Pero este terrible edicto, como resultado directo de las acciones de Sifra y Fúa, produjo una milagrosa consecuencia. Una mujer levita, Jocabed, desafió la orden de Faraón y conservó vivo y escondido a un niño “hermoso” (Éx 2.2) durante tres meses antes de ponerlo en un canasto para que flotara sobre el Nilo, quien finalmente fue encontrado por la hija de Faraón.
Ese bebé fue, por supuesto, Moisés. La extraordinaria valentía de Sifra y Fúa puso en marcha los hechos que darían como resultado el nacimiento de una vida increíble (Hch 7.20). La de un niño que al hacerse mayor liberaría a los israelitas de la esclavitud, que los guiaría a través del Mar Rojo, que recibiría los Diez Mandamientos en el monte Sinaí y que escribiría los cinco primeros libros de lo que se convertiría en la Biblia.
En el mundo de hoy están muy extendidos la violencia, la injusticia y el pecado. Pero tú puedes ir al Señor directamente para encontrar la valentía y la fortaleza para dar la cara contra la maldad y hacer una profunda diferencia como persona. Es posible que no seas tan famoso como la princesa Diana o la Madre Teresa, pero el valor que te da el temor a Dios, como sucedió con Sifra y Fúa, impactará tu vecindario, tu comunidad —¡y quizás incluso la historia!
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1 Jones, G. Vurtis y Jones, Paul H, 500 Illustrations: Stories from Life for Preaching & Teaching.
2 Estudio bíblico Reflejando a Dios
3 Concordancia de Strong