Rendición incondicional o “disculpa políticamente correcta”

Rendición incondicional o “disculpa políticamente correcta”

“Si he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh Guarda de los hombres?”

(Job 7:20 RV1960)

En este pasaje de las Escrituras encontramos una confesión, una rendición y un reconocimiento de parte de Job hacia Dios.

Dios se refiere en su Palabra a Job como “hombre perfecto y recto” (Job 1:1), sin embargo, unos capítulos más adelante, lo encontramos confesando pecado. ¿Es que Dios se equivocó? ¡De ninguna manera! La doctrina de la perfecta santidad en el ámbito natural, en la esencia corrupta heredada de nuestro padre natural Adán, simplemente no existe. Y Dios lo sabe. “Cualquiera que se enorgullece de poseer tal perfección, declara inmediatamente su ignorancia, de sí mismo y de la ley de Dios” (Charles Spurgeon). El único que pudo con esto durante su paso por esta tierra, fue Jesús (Hebreos 4:15; 9:28).

¿Por qué, entonces, Dios lo ve a Job como “perfecto y recto”? ¿Qué hizo para recibir tal distinción, nada más ni nada menos que de parte del Padre Dios?

Confesó su pecado, se rindió incondicionalmente ante Dios, y lo hizo ante quien reconoce como “Su Guarda”.

En Marcos cap. 11 encontramos a Jesús entrando en Jerusalén. La gente le dio un gran recibimiento, pero Jesús no estaba entrando en un caballo, como lo haría un rey, un conquistador. Lo hizo, en cambio, montado en un burrito, lo que en los códigos de la época significaba en la más completa paz y humildad.

Muchas veces transitamos la vida montados en un corcel cuando en realidad deberíamos hacerlo en un burrito como Jesús. Es más, estamos CREYENDO cándidamente que venimos montados en un brioso corcel, cuando en realidad Dios nos ve arriba de un pony.

No es de extrañarse, entonces, que inmersos en esta naturaleza corrupta heredada de Adán, nos equivoquemos con la gente, surjan rispideces en las relaciones. Que hagamos o digamos lo que no tenía que ser; o que, por el contrario, no hagamos o digamos lo que sí debió ser.

Job confiesa su pecado, se rinde sin excusas, argumentos ni condiciones y agrega una cosa más: “¿Qué puedo hacer?”. Sabe que ha pecado, lo confiesa valientemente, y acude en busca de refugio a quien reconoce como “su Guarda”; pero está confundido y no sabe qué hacer. Sin embargo, muestra voluntad sincera de hacer lo que Dios le ordene para reparar, aunque sea en parte el perjuicio. Es la confusión, el desconcierto que invade un alma sincera, un corazón contrito y humillado delante de Dios, cuando cae en la cuenta de que ha causado un perjuicio. En nuestra relación con Dios, esto debería ser cosa de todos los días. En las relaciones entre hermanos, estas tres pautas deberían estar presentes toda vez que algo no resulte bien. Pero bien sabemos que no siempre es así. A un corazón corrupto, esto simplemente no le importa… o por lo menos, no tanto como debería.

Es la diferencia entre “una disculpa políticamente correcta” pero desprovista de pesar por el perjuicio causado, para cerrar el reclamo, “quedar bien” y no tener que seguir escuchando lo que no se quiere oír. Y a continuación, o bien brindar una buena e inteligente construcción argumental con pretextos, motivos, causas y circunstancias de la inconducta; o lo que resulta ser peor en muchos casos, como decimos en mi país: “pase de factura”. Sacarle a la luz defectos, faltas, errores del otro para desacreditarlo, endilgarle las culpas o parte de ellas, hacerlo parecer y sentir como el causante de nuestra propia falta. Cuando “LA DISCULPA”, HACE MÁS DAÑO QUE LA FALTA. Ahí es donde se puede percibir con claridad la degradación de las personas, tan lejos de la actitud de Job. Habida cuenta de que cuando decimos algo del otro -no importa si bien o mal- en realidad estamos revelando mucho más acerca de nosotros mismos que lo que pretendemos decir del otro.

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;”

(Filipenses 2:3 RV1960)

Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com

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