Terremotos sutiles – Luis Caccia Guerra
Terremotos sutiles
El mes pasado la prensa internacional mostraba terribles escenas de los terremotos en la hermana República de México. Era estremecedor, verdaderamente aterrador, ver cómo los edificios colapsaban y se derrumbaban en cuestión de segundos. Las raíces, las entrañas de la tierra habían sido sacudidas de tal manera que lo que a muchos les llevó tal vez una vida de esfuerzos, desvelos, sacrificios y privaciones, lograr; en tan sólo unos pocos segundos, ya no estaba, se había derrumbado ante sus propios ojos, había sido reducido a escombros sin que nada pudiese hacer. Muchos, apenas si podían dar gracias a Dios de estar vivos, de no haber sido parte de los escombros. Otros, en cambio, no tuvieron tal suerte y hoy sus seres amados lloran su ausencia.
En algún sentido espiritual, muchas veces, ocurre lo mismo con nosotros. Edificamos toda una vida. Una profesión, una familia, la casa de los sueños, los bienes que nos hacen más cómoda, feliz y placentera la vida… Nada malo en sí mismo, por cierto.
Hasta que nos auto-valoramos. Entonces, comenzamos a valer, a nuestro propio entender; nuestra profesión, nuestro trabajo, lo que ganamos, la familia, nuestra casa, nuestro auto y todo lo que tenemos. En pocas palabras, nos convertimos, pasamos a SER lo que TENEMOS. Con este criterio de valoración; una de dos: o lo que tenemos vale todo el oro del mundo y eso resulta ser poco; o nosotros somos muy baratos.
La otra situación es cuando “endiosamos” lo que a costa del esfuerzo de una vida, logramos, conseguimos. Cuando la profesión, la familia, la casa, el auto, el éxito, el trabajo y los bienes que logramos y tenemos pasan a ser objeto de nuestra adoración.
Y por último, cuando la profesión, la familia, la casa, los bienes, el trabajo, los éxitos… y una cuenta bancaria, nos inspiran cierta seguridad.
Si las tres situaciones, o alguna de ellas tocó tu vida… mi hermana, mi hermano… ¡estás en el horno!
Ante Dios no somos lo que logramos ni lo que tenemos. No debemos tener dioses ajenos delante de Él, sólo Él debe ser el objeto de nuestra más ferviente adoración. Y por último, si alguna seguridad nos queda en nuestro tránsito por este mundo, no puede ni debe ser otra cosa que la Palabra y la Presencia de Dios en nuestras vidas.
Es muy sutil la línea que define, que marca los límites de estas cosas… ¡cuidado! Más de uno, al examinar su propio corazón con sinceridad delante de Dios, se encontró adorando la bendición que Dios le dio, en vez de adorar y reconocer al DADOR de la bendición. Se encontró creyéndose que valía o era mejor que otros por la profesión, el trabajo o las cosas que tenía.
En un sentido espiritual, es entonces, cuando estamos tan perdidos, que nuestro amado Papá Dios decide irrumpir en nuestras vidas y de un momento a otro, éramos tan felices con lo que “éramos-teníamos” y ahora ya no lo tenemos. Se ha ido.
Dios es capaz de provocar terremotos en nuestras vidas mucho más sutiles pero devastadores y dolorosos que un movimiento sísmico de las entrañas de la tierra. Es entonces, cuando comienza la tarea de limpiar y apartar los escombros y comenzar a edificar de nuevo… pero esta vez según los planes de Dios; esta vez según los propósitos de Dios; esta vez sin perder el foco, el centro de nuestra meta, el objetivo para el cual estamos en esta tierra: servir a los propósitos y los planes de Dios.
Que lo que tenemos y hemos logrado, son sólo herramientas, circunstancias, elementos de los que por gracia hemos sido dotados para cumplir nuestra única misión en nuestro tránsito por este mundo: servir a los planes de Dios, obedecer y ser hacedores de su Santa y Soberana Voluntad y nada más que eso.
Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
(Lucas 11:2 RV60)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com