Alas rotas – Luis Caccia Guerra
Alas rotas
Alguien dijo que el perdón es como la intensa y delicada fragancia que emana de los pétalos destrozados de una rosa aplastada.
Y es así. Mientras más quebrantada el alma, más sensible, más cerca de Dios, más dispuesta a la empatía, más predispuesta a la compasión, a recibir y dar esa gracia divina, que recibe gratuitamente pero a tan alto costo para quien la dio: la cruz de Jesús.
Y es que mucho perdona aquél a quien mucho se le perdonó y está en convicción de que eso es así.
Cuando la conciencia remuerde, cuando la convicción de pecado redarguye con vehemencia el alma. Cuando el dolor por la ofensa cometida carcome las entrañas más íntimas, el alma llora. Un gemido intenso e indecible. No hay palabras, tal vez ni siquiera lágrimas… pero el alma llora. El alma no necesita lágrimas para llorar. Y cuando el alma llora se hace sentir. Alguien dijo que el dolor del alma es mucho más intenso y doloroso (valga la redundancia) que el dolor físico. Y en muchos casos, tal vez tenga razón.
Cuando todo tu ser se quebranta, implosiona, se derrumba por dentro sobre sí mismo… las alas se quiebran. Cuando el dolor, la angustia de la ofensa cometida, del daño causado, remuerden la conciencia, entonces, la oración se reduce a tan sólo unas pocas palabras. “Señor, cuánto lo siento; Señor por favor perdóname; Señor perdóname!” Y tal vez esa oración aflore una y otra vez durante días o semanas tal vez.
Jesús no sólo no desprecia un corazón contrito y quebrantado… se conmueve ante él.
Toda vez que la Gracia es algo que se da, se otorga, en forma absolutamente inmerecida y a título gratuito por parte de quien la recibe, pero pagada a un elevado precio por parte de quien la da. La fragancia de la rosa rota del sacrificio de Jesús está disponible hoy, urgente para ti. No importa lo que hayas hecho, no importa en qué te hayas convertido, no importa cuán lejos hayas llegado en tu extravío. Si hay un pecado que Dios no pueda ni esté dispuesto a perdonar, ese es EL PECADO NO CONFESADO.
Jamás podrás irte tan lejos, que la Gracia de Dios no pueda alcanzarte.
Hoy Dios puede sanar tus alitas rotas.
En mi angustia invoqué a Jehová,
Y clamé a mi Dios.
El oyó mi voz desde su templo,
Y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos.
(Salmos 18:6 RV60)
Por: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com