Trófimo – Osmany Cruz Ferrer
TRÓFIMO
Soy de esos que tienen planes a largo y corto plazo, agendas milimétricamente concertadas, programas diarios divididos y subdivididos en horas y minutos. La certeza de que el tiempo es poco y que hay tanto que hacer, es algo que me inquieta y me hace replantearme el uso de cada segundo. Contesto el correo, enseño y califico exámenes del Seminario donde soy profesor, preparo sermones, repaso conferencias por dar, escribo artículos para varias revistas, hago y recibo llamadas y un sin número de otras actividades que intento ajustar de modo que siempre tenga un tiempo de remanso y ocio saludable con mi familia a diario.
Lograr hacer muchas cosas produce, sin dudas, una gran satisfacción. Sin embargo, he descubierto que puedo frustrarme con facilidad si algo previamente planeado no sale. Si un proyecto se demora me enoja. Si un horario se corre, me trastorna la agenda y se me hace un lío volver a planificar todo. Es un problema de actitud con el que voy trabajando desde hace tiempo. Creo que voy mejorando, sobre todo porque tomo mi medicina diaria de ejemplos bíblicos. Personajes que educan mi fe y situaciones espejo en las que puedo contemplar mi propia vida.
En estos días ha sido Trófimo quien ha acaparado mi atención y estudio. Trófimo fue un creyente gentil de Éfeso que acompañó a Pablo desde Troas a Jerusalén como parte de la comitiva que llevaba las ofrendas recogidas en Grecia, Macedonia y Asia. Estuvo con Pablo en momentos memorables de su ministerio y era un creyente de mucha valía cuyo nombre se cita junto a otros valerosos siervos del Señor de la iglesia primigenia, como lo son: Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, Timoteo y de Asia, Tíquico (Hechos 20:4). Después del primer encarcelamiento de Pablo en Roma, Trófimo vuelve a viajar con el apóstol, pero esta vez no puede concluir su viaje. Pablo le menciona a Timoteo en su segunda carta que Trófimo no pudo seguir viaje con él porque estaba enfermo.
Muchas preguntas vienen a mi mente. ¿Por qué Pablo, el que con sus delantales sanaba a los enfermos, no pudo sanar a su amigo y compañero de viajes? ¿Por qué un hombre como Trófimo, con una visión clara de servicio, no puede concluir un proyecto tan noble como lo era acompañar a Pablo en su ministerio? ¿Por qué se trunca un proyecto que de seguro fue llevado en oración por ambos siervos de Dios? ¿Qué puedo aprender de esto? Cuando llegue al cielo quiero conocer a Trófimo, quiero saber más de él, quiero preguntarle directamente qué sintió cuando no pudo hacer lo que quería, cuando no fue sanado por Dios, cuando sus planes se vieron interrumpidos por un cuerpo enfermo.
Mientras ese momento llega, debo aprender lo que sí es evidente. No todo lo que nos proponemos podemos lograrlo por loable que sea el proyecto. Santiago nos enseñó la forma correcta de pensar el futuro para no envanecernos y perder el enfoque en la soberanía de Dios: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Santiago 4:15). Trófimo no aparece disgustado y Pablo no suena resentido con Dios. A veces la intención no basta y la fe no es suficiente, eso también hay que entenderlo. A veces uno debe quedarse atrás, mientras otros continúan el viaje y no hay que hacer de eso un drama, ni autoconmiserarse en el proceso.
Creo que puede haber un tiempo, o un proyecto, donde nuestra contribución no sea la voluntad de Dios, o no sea necesaria nuestra huella. Hay que aprender a aceptar que hay oraciones que Dios soberanamente no contesta como nosotros queremos y episodios de vida que les tocará a otros vivir y no a nosotros. No hablo de conformismo, sino de sabiduría para vivir sin perder la alegría de ser, que es perdurable sobre la alegría de hacer.
No me he deshecho de mi agenda y sigo creyendo que planificar es bueno, pero intento comprender mi modesto papel en la historia de Dios. Sí, porque no se trata de mí, sino de él, de su nombre, de su gloria, de su reino y de su historia. Como diría el apóstol Pablo: “y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20b).
Has lo que puedas hacer sin compararte con nadie, así nunca perderás el gozo. Reconoce tus limitaciones como recordatorios de tu finitud, ello te hará humilde. Entiende que se trata de Dios, de su nombre, de su gloria, eso te hará descansar. Acepta lo que no puede ser cambiado, eso te dará serenidad. Vive tu vida con los ojos en la eternidad porque “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Gracias Trófimo por hacernos pensar en todo esto.
Por Osmany Cruz Ferrer.
Escrito para www.devocionaldiario.com