El valor de mi espina – Luis Caccia Guerra
El valor de mi espina
Hace ya un tiempo, resolví hacer una pequeña inversión en tecnología con destino a ministerio. Comencé por una actualización en software, eso planteó la necesidad de realizar otra y así sucesivamente cada cosa que iba haciendo fue dando el lugar, abriendo el camino hacia otra más importante. Para quien esto escribe, representó un para nada despreciable esfuerzo. El gasto que debí prorratear entre seis y doce meses, tal vez para otros, es lo que gastan en un día. Pero más allá de eso, las posibilidades estuvieron, el Señor proveyó y hoy me resulta posible, cuando es necesario y amerita la oportunidad, llevar conmigo toda una biblioteca, leer, estudiar y comenzar o reanudar mi trabajo prácticamente desde cualquier sitio, sin necesidad de estar físicamente en mi estudio. Para muchos, esto tal vez desde hace tiempo sea algo de lo más “natural” en su vida. Para quien esto escribe, como digo, representó un gran esfuerzo, además de un sueño largamente esperado.
Pronto a la victoria, la precedió la caída y la derrota. Pronto la tentación ganó su espacio por sobre la fe y la bendición comenzó a tener un uso incorrecto. Nunca dejó de ser herramienta para el ministerio, claro está; pero su uso comenzó a “diversificarse”, por ponerlo en palabras elegantes; y los “baales”, objetos de adoración, como archivos o ficheros de dudoso contenido comenzaron a proliferar ocupando cada vez más espacio en las carpetas. Pronto sentí la necesidad de comenzar a emplear tecnologías de encriptación de archivos con el objeto de evitar el mal momento de que ciertos contenidos pudieran ser observados por personas no autorizadas y resultara avergonzado.
Pero por más que utilizara tecnologías de “limpieza” de archivos y sistemas, si no era en los equipos, sí en medios de almacenamiento externo; y si no estaban a la vista de cualquier curioso, sí cuidadosamente encriptados bajo claves para prevenir su acceso no autorizado; el asunto es que aunque no se podían ver, AHÍ ESTABAN. ES CUANDO TRAS LA BENDICIÓN NOS DESCUIDAMOS Y SOBREVIENE LA CAÍDA. Cuando la espina, esa en particular que todos tenemos, duele, sangra.
Pero es como digo, a veces los cristianos somos hijos del rigor, y Dios se ve obligado a tratar con nosotros de una manera en que no desea hacerlo. Una madrugada, desperté con un terrible dolor. Una dolencia de vieja data que ha permanecido “quieta” sin progreso durante los últimos quince años, aquella madrugada “daba su presente” angustiosamente. Entonces entendí el mensaje. Me llevó dos días de trabajo y no poco dolor desandar el mal camino trazado, proceder a la destrucción masiva de unos cuantos miles de archivos cuya naturaleza y contenido no vale la pena describir aquí, pero sí reconocer que si bien para muchas personas puede que esté todo bien con ello, tal vez otras puedan resultar confundidas o inclusive, ofendidas.
Más allá de su naturaleza buena o mala, pero sí a todas luces discutible, el sólo hecho de que tenía la necesidad de volver una y otra vez sobre ellos, ya resultaba ser un mal indicador. Esos contenidos me producían una no poca carga y continuamente me encontraba literalmente argumentando, discutiendo con Dios acerca de ello. Como es de esperarse, esta última situación tampoco resultaba propicia en nada para quien esto escribe.
Con el borrado masivo de archivos y contenidos, tuvo que haber previo a ello, una RENUNCIA, que diera lugar a una acción y luego, a una oración de perdón y arrepentimiento. Entonces, y sólo entonces, la gracia de Dios sobreabundó para borrar lo que yo no podía borrar: el pecado.
“Hay canciones que sólo pueden aprenderse en el valle. No hay arte que pueda enseñarlas, no hay técnicas de vocalización que puedan enseñar a cantarlas correctamente. Su música está en el corazón. Son canciones de la memoria, de la experiencia personal. Sacan las cargas de la sombra del pasado y remontan vuelo sobre las alas del ayer.” Escribió el compositor de himnos cristianos George Matheson, autor de “Amor que no me dejarás” y “Cautívame, Señor”.
“Mi Dios, yo nunca te he agradecido por mi espina. Te he agradecido por mis rosas, pero ni una vez por mi espina. He estado esperando por un mundo donde conseguir una compensación para mi cruz, pero nunca he pensado en la propia cruz como una gloria presente. Enséñame la gloria de mi cruz. Enséñame el valor de mi espina.” También escribió Matheson, conocido como el predicador ciego iluminado por la luz de Dios.
Hoy, puedo ver el valor de mi espina, cuando la derrota, compartida en este acto con sinceridad y humildad, entregada en las manos de Nuestro Señor se convierte en un mensaje de esos que sólo pueden aprenderse en el valle, que no hay gramática ni técnicas literarias que puedan enseñar a escribirlos. Que sacan las cargas de las sombras del pasado y remontan vuelo sobre las alas del ayer.
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.
(Romanos 5:20-21 RV60)
Por Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com