Perdonado – Osmany Cruz Ferrer

Perdonado

Perdonado

“De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar”

(Daniel 9:9 a)

Louis Silvie Zamperini, hijo de italianos emigrantes a los Estados Unidos nació en Nueva York el 17 de enero de 1917. Poco tiempo después, su familia se trasladó a California donde Zamperini comenzó el colegio y donde hubo de enfrentar grandes dificultades para adaptarse, ya que en su casa solo hablaban italiano y por tanto, en la escuela fue objeto de burlas por parte de sus compañeros. Para lidiar con la presión, Zamperini encontró un lugar en el equipo de atletismo, en el que pronto se destacó por su velocidad y siguió practicando en toda su etapa escolar. A la edad de diecisiete años ganó el campeonato de California de los cinco mil metros. A los diecinueve logró clasificar para los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. En la competencia alcanzó el octavo lugar, pero en su última vuelta fue tan veloz que deslumbró hasta el mismísimo Hitller, quien quiso conocerlo en persona y lo llamó: “El chico de esa última vuelta rápida”.

Tres años después, Zamperini se enrolaría en el ejército estadounidense. Fue asignado a servir en El Pacífico, como teniente en un bombardero B-24 Liberator. En un vuelo de reconocimiento, la nave en la que viajaba Zamperini y otros diez tripulantes sufrió un accidente donde murieron ocho de los soldados. Solo Zamperini y dos soldados más sobrevivieron y quedaron a la deriva en el océano. Estarían cuarenta y siete días en el mar, bebiendo agua de lluvia, comiendo pescado crudo y un par de albatros que lograron cazar. Francis McNamara, uno de los tres sobrevivientes del accidente, moriría a los treinta y tres días de estar a la deriva, pero Zamperini y Russel Phillips llegarían a una de las islas Marshall. Allí fueron atrapados por los japoneses y enviados a un campo de prisioneros.

En aquel inhóspito sitio Zamperini conocería al sargento Matsuhiro Watanabe, apodado el pájaro, un guardia famoso por su crueldad y sadismo. Un hombre que disfrutaba rompiendo los dientes de sus prisioneros, golpeándoles hasta dejarles inconscientes y sometiéndoles a castigos horribles que él mismo inventaba. Watanabe tomó un interés particular en la estrella del atletismo estadounidense Louis Zamperini y durante dos años lo sometió a todo tipo de abusos y vejámenes.

Cuando acabó la segunda guerra mundial y Zamperini regresó a Estados Unidos como un héroe de guerra tuvo que luchar con el trauma de la guerra, el abuso al que fue sometido y el dolor. Vivió una trágica agonía permanente hasta que encontró en Cristo liberación y sanidad. Billy Graham lo convenció para que contara su testimonio y pudiera ayudar a millones que atraviesan por angustias, resentimientos y mucho dolor. Desde entonces hasta su fallecimiento en julio de 2014 ha dado cientos de charlas, entrevistas y conferencias ayudando a millones de personas por todo el mundo.

En el año 1998 Zamperini fue relevista de la antorcha olímpica en los Juegos Olímpicos de Invierno en Nagano, Japón. Su deseo fue encontrarse públicamente con su torturador, Matsuhiro Watanabe, para ofrecerle su perdón incondicional. Watanabe, no quiso participar en el encuentro y no asistió. Quizás no sabía cómo lidiar con el perdón. Con su no asistencia rechazó la gracia que lo podía liberar de su deuda con aquel ex prisionero. No tomó una buena decisión ante la oportunidad de ser perdonado. Murió en el 2003, y hoy, se me antoja pensarlo no solo como el sádico, o el implacable soldado torturador, sino como el hombre que no quiso ser perdonado.

Ser perdonado supone asumir la propia maldad, entender que se es pecador, que se ha traicionado a la justicia. Se requiere mucha valentía para eso. La historia de Watanabe no es nueva. Aquel ladrón en la cruz que rechazó la salvación de Cristo nos confirma que el hombre en su soberbia está enojado con Dios por ser bueno. El mensaje de Jesús es el perdón para el pecador. Los seres humanos deberán ser humildes para aceptar la misericordia de Dios como un acto de su soberanía e infinita bondad.

Nosotros los que hemos sido perdonados debemos hablar de esa gracia. Debemos hacer público el ofrecimiento de Jesús de redención. Seguro alguien tendrá el coraje de recibir nuestro mensaje, como nosotros lo hicimos un día. Quizás alguien en nuestra familia, círculo de amigos o comunidad responda a nuestro mensaje: ¡Sí, yo quiero ser perdonado!

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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