¡Levántate y anda! – Marisela Ocampo Otálvaro
¡Levántate y anda!
“Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido”. Hechos 3:1-10 (RV1960).
En determinados momentos nos comportamos como este hombre, quien equivocadamente enfocó su mirada en las necesidades físicas y materiales que tenía. Es usual que por nuestra debilidad también nosotros pongamos los ojos en las necesidades que tenemos, y que de hecho, a veces vemos más grandes que la misma oportunidad de hacerles frente. Como aquel hombre, también nosotros cuando estamos en dificultad quedamos a la expectativa de encontrar a alguien que nos pueda suplir lo que creemos es nuestra principal necesidad; incluso, en ocasiones confiamos en personas que carecen de lo mismo que necesitamos, qué irónico. Sin embargo, el Señor nos recuerda por medio de Pedro y Juan, cuál es nuestra verdadera y vital necesidad, y a quién debemos confiarla.
Notemos que este hombre tenía esperanza en el dinero que la gente le podía dar para suplir sus necesidades; sin embargo, Pedro, le hizo saber que había algo mucho más valioso que podía cambiar su vida para siempre. Él no tenía plata ni oro, pero le compartió su fe, una fe que hace lo imposible, que sana, fortalece y levanta a aquel que la recibe. Es la fe en Jesucristo nuestro Señor y Salvador, un regalo precioso de Dios que recibimos por su gran amor y compasión.
La mayoría de las veces, también asumimos que nuestra prioridad es satisfacer las necesidades que poseemos y solemos ver al dinero como la fuente de poder que nos permite lograrlo; en pocas palabras, endiosamos al dinero. Si bien es cierto, el dinero es importante y es una bendición, pero no es la fuente del bienestar. Nuestra principal y verdadera necesidad es de Jesucristo, no de dinero; el dinero y todo lo demás es un regalo añadido que recibimos por la gracia del Señor, Él es la fuente de nuestro bienestar, la fuente de vida. Recordemos que Dios no nos creó para que nuestros deseos sean por Él satisfechos, Dios nos ha creado para satisfacer sus deseos, lo demás es un privilegio que Él nos permite disfrutar.
El hombre de esta historia necesitaba sentirse vivo, fuerte, capaz y con esperanza; gracias a Dios encontró a un hombre que tenía de lo que necesitaba, Pedro le dijo: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” y podemos ver que inmediatamente él se puso de pie y anduvo, caminó hacia la presencia de Dios para hacer lo que debemos hacer en todo tiempo: “adorar y alabar a Dios, confiar en Él, orar y clamar por su misericordia y su favor”.
Nuestra principal necesidad es el Hijo de Dios, y solo Dios puede suplirla. No nos llenemos de falsas expectativas con aquello que es pasajero, no confiemos en alguien o en algo que no tiene ni puede darnos lo que necesitamos; más bien, confiemos en el Señor, entreguemos a Él todas nuestras necesidades y que sea Él quien se encargue de suplirlas según su voluntad, pidamos lo primordial, que fortalezca nuestra fe en su Hijo Jesús, que sea Él quien nos tome de su diestra poderosa y nos levante para que podamos caminar hacia Él y andar según sus propósitos. El resto, como Él mismo lo promete, será añadido. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:33-34 (RV1960). “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan.”. Salmo 37:25 (RV1960).
Para algunas personas, estás derrotado y acabado, pero se sorprenderán con la obra gloriosa que Dios hará en tu vida así como aquellas personas se sorprendieron con la sanidad y restauración que hizo el Señor en el hombre lisiado; creé en Jesucristo, no pierdas la fe, resiste a la tentación de dudar. Ora, clama y alaba a Dios; busca su presencia, lee su palabra y confía en sus promesas, el día de mañana celebrarás la victoria dando gloria y alabanza a su santo nombre. Que así sea en Cristo Jesús.
“No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. Isaías 41:10 (RV1960).
Así que, no tengo ni plata ni oro, pero de lo que tengo te doy, de lo que por gracia y misericordia he recibido de parte de Dios:
¡En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda, Él, Dios y Salvador nuestro, nunca nos abandona!
Autor: Marisela Ocampo Otálvaro
Escrito para www.devocionaldiario.com