Jesucristo lo hizo, él pagó el precio por nuestros pecados – Marisela Ocampo Otálvaro

Jesucristo lo hizo, él pagó el precio por nuestros pecados

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Hoy muchas personas están sintiendo tristeza en su corazón, tal vez están desconsoladas y angustiadas. Miran a su alrededor y sienten que no existe nada ni nadie que pueda salvarles y brindarles la mínima esperanza de salir del hoyo oscuro en el que se encuentran metidas. Su aliento se esfumó, sus ganas de salir adelante han sido consumidas por la desesperanza que sienten en lo más profundo de su ser, concluyendo que no tiene sentido continuar ¿para qué existo? ¿qué sentido tiene mi vida? se preguntan mientras que el dolor carcome poco a poco su corazón y en su mente entenebrecida van cobrando valor aquellos pensamientos suicidas que matan el espíritu y el deseo de luchar para mínimamente sobrevivir a los embates devaluativos que diariamente tienen que enfrentar en esta sociedad llena de superficialidad, carente del amor y del gozo que sólo Dios puede ofrecer.

Quizá tú eres una de estas personas y estás a punto de rendirte, crees que ya no soportas más y que la solución es abandonarte en los brazos de este mundo perverso; a lo mejor estás esperando que llegue alguien a hacer por ti lo que tú deberías estar haciendo en este momento ¿sabes qué es? en primer lugar, dejar de quejarte, dejar de pensar que eres la única persona que sufre y a quien las cosas no le salen tan bien como quisiera; y en segundo lugar y lo más importante, clamar por misericordia ante el único que puede salvarte “Jesucristo”.

Deja de victimizarte y más bien humíllate delante del Señor quien te ayudará, quien sanará tu corazón y restaurará tu vida por completo. Las mejores peleas son las que enfrentamos de rodillas, humillados delante de Jesucristo, reconociendo que sólo en Él podemos confiar porque es en el único en quien encontramos el consuelo, la paz y la fuerza que necesitamos para seguir avanzando.

Jesucristo es el único capaz de quitarte esa carga tan pesada que llevas sobre tus hombros, esa carga que duele tanto en tu corazón y que inexplicablemente va dilapidando poco a poco tu vida; esa carga que es difícil de reconocer y que cada vez hace al hombre más orgulloso y al mismo tiempo un mártir, un papel que para nada le queda bien, después de todo qué merecemos de parte de Dios cuando tanto le fallamos. Precisamente esa carga se llama pecado, esa raíz de maldad que va llenando de amargura tu corazón hasta hacer de tu vida una dura y pesada carga que a veces parece imposible soportar. ¡Pero Dios es tan bueno! Él sabe cuánto sufres, cuántas lágrimas has derramado, Él sabe exactamente cuántas veces le has fallado; y hoy, en lugar de reprocharte, hacerte reclamos o condenarte, Él quiere recordarte lo mucho que te ama y cómo su amor te lo ha demostrado al enviar a su Hijo Unigénito, a Jesucristo para morir en una cruz en tu lugar, para que fueras liberado de esa carga pecaminosa que te imposibilita disfrutar en su maravillosa presencia de la paz y el gozo que sólo Él sabe dar.

Deja de quejarte y más bien humíllate delante de Jesús, arrepiéntete de tus pecados, reconócelo como tu Señor y Salvador, entrega tu vida a Él y pídele que su misericordia te alcance y te permita experimentar un nuevo nacimiento, una nueva vida en la que el único protagonista sea Él. Pídele que tome tu corazón, que sane tus heridas, que te limpie y te restaure, que te haga libre de todo yugo de esclavitud que no te deja progresar conforme su perfecta voluntad.

Sólo Jesucristo puede liberarnos de esa carga que se llama pecado y que envuelto en la culpa, el dolor y la frustración va apoderándose de nuestra vida, atándonos a un sufrimiento permanente del que somos incapaces de soltarnos; pero en Él, en Cristo, las cosas cambian, porque Él dio su vida para libertarnos y darnos el gran regalo de reconciliarnos con el Padre para disfrutar eternamente de su gloria. Él lo hizo, Él pagó el precio por nuestros pecados, ahora nosotros podemos deleitarnos en el gozo de la salvación.

 “El Señor es bueno y justo; Él corrige la conducta de los pecadores y guía por su camino a los humildes; ¡los instruye en la justicia!
 Él siempre procede con amor y fidelidad, con los que cumplen su alianza y sus mandamientos.  

Señor, es grande mi maldad; perdóname, haz honor a tu nombre.
 Al hombre que honra al Señor,
Él le muestra el camino que debe seguir;  lo rodea de bienestar y da a sus descendientes posesión del país.
 El Señor es amigo de quienes lo honran, y les da a conocer su alianza.

Siempre dirijo mis ojos al Señor, porque Él me libra de todo peligro”.
 Salmo 25:8-15 (Dios Habla Hoy).

 

“Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna”.

Juan 3:16 (Dios Habla Hoy).

 

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.

1 Juan 1:9 (Reina Valera 1960).

 

“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado”.

Salmo 32:1 (Reina Valera 1960).

 

“Todo cambia cuando decidimos confiar en Jesucristo. En Él hay esperanza, en Él hay vida, en Él hay paz y verdadero gozo”.

Autora: Marisela Ocampo Otálvaro

Escrito para www.devocionaldiario.com

 

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