Daniel Fraire – Un Balance en la oración
UN BALANCE EN LA ORACIÓN
por Daniel Fraire
Hace algunos meses comenzó a suceder algo diferente en mis tiempos devocionales. Curiosamente esto empezó después de haber pasado por unas semanas que fueron un poco difíciles para mí. Durante un viaje por Colombia tuve un par de ataques de pánico y no solo me descontrolé físicamente sino también emocional y espiritualmente. Gracias a Dios esto no duró por mucho tiempo como a otras personas les suele suceder.
Después de pasar por todo esto, comencé a notar que cuando oraba no lo hacía de la misma manera que solía hacerlo. Regularmente soy el tipo de persona que al orar necesita hacerlo de una manera fervorosa. El estar caminando al momento de orar y el hacerlo en voz alta, comúnmente formaban parte de estos tiempos. Tengo que aceptar que al momento de orar era muy desproporcionado el tiempo que hablaba comparado con el tiempo que dedicaba en silencio para tratar de escuchar la voz de Dios. Pero al contrario de lo que normalmente sucedería para mí en un momento como estos, en los últimos meses al tratar de querer orar de la misma manera no lo podía hacer; y como consecuencia esto me llevaba muchas veces a la frustración. El pensamiento de que mis oraciones eran frías y sin pasión me pasaba muy seguido por la mente.
Hace algunos días atrás, un grupo de amigos tuvimos la oportunidad de escaparnos por algunos días a acampar. Como siempre, fueron días en que nos divertimos y disfrutamos muchísimo de esos momentos que son tan necesarios para todo hombre; como el estar sin Internet o teléfono, sin una agenda que seguir, sin un horario al que atenerte, y disfrutando de la naturaleza tan increíble que Dios nos ha regalado.
Uno de los días que acampamos frente a una presa (en la cual no pescamos nada…), me desperté muy temprano en la mañana (aunque en realidad tenía ganas de dormir un poco más), y después de intentar dormirme varias veces, sin lograrlo, decidí salir a caminar un rato. Me fui a buscar un lugar donde poder platicar con Dios y llegué cerca de la presa debajo de un monte donde había un árbol muy verde que resaltaba en medio de todo el paisaje. Comencé a orar y como ya se venía haciendo costumbre, al tratar de querer hacerlo fervorosamente, no podía y sentía como si estuviera forzando algo que no se daba naturalmente. Al estar tratando de hablar con Dios escuché en mi espíritu que Él me decía: “guarda silencio y escucha lo que te quiero hablar a través de mi creación”. Durante los siguientes 45 minutos o una hora aproximadamente lo único que hice fue escuchar todos los ruidos y sonidos que había a mi alrededor. Durante ese tiempo sentía como si Dios estuviera jugando conmigo al preguntarme: ¿cuantos sonidos diferentes puedes distinguir al mismo tiempo? Al estar ahí era como estar viendo y escuchando un documental de “National Geographic” con un sistema de sonido 5.1. Eran tantos y tan variados los ruidos y sonidos que era casi imposible poder contarlos. El canto de los pájaros, el ruido de las hojas de los árboles meciéndose, el chirrido de los grillos, el ruido de las alas de un halcón que volaba por encima de mí, buitres haciendo ruidos tan extraños que nunca había notado, el mugido de una vaca al otro lado de la presa que cuando lo hacía el eco de su voz era impresionante, un pájaro carpintero pegándole a un árbol que salía de la presa, y tantos otros ruidos que no pude distinguir de donde venían o que animal los estaba produciendo.
Fue una experiencia que no olvidaré, nunca me imaginé que existían tantos ruidos y sonidos diferentes en una mañana en el campo. Pero lo que mas me sorprendió e impactó sucedió al comenzar mi regreso a la tienda de campo. Curiosamente seguía habiendo algo en mi mente que me decía: “ni oraste nada…” ¡Como somos insensibles los hombres algunas veces verdad! Acababa de pasar una de las experiencias mas increíbles que Dios me había regalado y aún así yo seguía teniendo esos pensamientos. Pero de regreso, al comenzar a caminar, escuché la voz del espíritu una vez mas diciéndome: “Yo estoy destapando tus oídos espirituales para que puedas escuchar mi voz.” Al momento, paré de caminar y me quedé pensando mucho en esto, pues recordé que esa oración había sido algo que por mucho tiempo oré hace aproximadamente unos cuatro años. Yo se que quizá se oiga un poco raro el pedirle a Dios que destape nuestros oídos, y que si hay algún tipo suciedad en ellos (espiritualmente hablando) la quite. Sin embargo, creo que al igual que debemos cuidar la higiene de nuestros oídos, también esto se aplica a lo espiritual. Cuando hemos dejado que nuestros oídos escuchen cosas vanas, se pueden ensuciar y quizá taparse a tal punto que nos es difícil escuchar la voz de Dios. Después de escuchar esto, comencé a pensar en todos estos meses pasados en los cuales había algo dentro de mí que no me dejaba hablar tanto, o que me impedía estar moviéndome al momento de orar.
Quiero aclarar que para nada estoy implicando que la oración debe ser siempre tranquila, o sin pasión, o de una manera poco fervorosa. Muchas veces tenemos que ser violentos y apasionados al momento de orar e interceder (Mateo 11:12, Lucas 22:44 NVI, Santiago 5:17 NVI). Pero la Biblia también nos enseña a estar quietos para que podamos conocer a Dios, y que como ovejas aprendamos a escuchar la voz de nuestro pastor (Eclesiastes 5:2, Salmos 46:10, 62:1, Juan. 10:3-5, Santiago 1:19). Por los últimos días he estado pensando mucho en todo esto, y creo que muchas veces gastamos mucho de nuestro tiempo de oración hablando o pidiendo; cuando en realidad, si la oración aparte de ser un tiempo de petición, o donde nos desahogamos con Dios, también es un tiempo para platicar con Él, deberíamos de invertir más de ese tiempo tratando de escuchar su voz. Una platica es siempre un camino de dos vías. Se requieren dos personas dispuestas a hablar y a escuchar. Que aburrido sería tratar de platicar con alguien, y que uno solamente sea el que habla y que nunca hubiera una respuesta o comentario a nuestras palabras. Creo que nuestros momentos de oración se parecen mucho a cuando estamos junto a una persona que es muy sabia y que su hablar es siempre algo digno de escuchar. Cuando estamos en una situación asi, somos prudentes y tratamos de permanecer callados para aprender de aquella persona quien sabe más que nosotros. Y cuando hablamos, procuramos hablar algo sensato o tratamos de hacer una pregunta adecuada para aprender de su respuesta. ¡Cuanto más tenemos que hacer esto con aquel que es el creador del universo, la inteligencia máxima, la verdad absoluta y a quién le pertenecen la sabiduría, el poder y la gloria! Una vez alguien, refiriéndose a lo mucho que hablamos tantas veces, comentó en manera de broma que no era casualidad que Dios nos hubiera dado dos oídos y una boca solamente. ¡Que raro nos hubiéramos visto con dos bocas y un solo oído! Dios fue muy inteligente y creativo con nuestra forma estética. Pero si sería bueno que reflexionáramos un poco en esto y tratáramos de ser más balanceados al momento de orar. Que procuremos no gastar todo el tiempo de oración hablando, sino que también invirtamos nuestro tiempo escuchando. Que estemos tranquilos esperando respuestas a nuestras preguntas, comentarios a nuestras súplicas y verdades a nuestras dudas, y sobre todo, conociendo que Él es Dios y como es Él.
Espero que Dios nos haga más sensibles a su voz y que en nuestros momentos de oración podamos no tan solo abrir nuestro corazón a Él, sino que podamos descubrir también su corazón, pues este es el anhelo de Dios. Y recordemos siempre la enseñanza de aquella historia en la cual dos hombres platicaban del tema de la prudencia, y uno de ellos comentó: “es sabio el hombre que piensa antes de hablar” y el otro le contestó modestamente: “es más sabio el hombre que piensa antes de quedarse callado”.
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