De Patmos a Silver Street – Osmany Cruz Ferrer
DE PATMOS A SILVER STREET
“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos (…) Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”
(2 Corintios 4:8,9,11).
Domiciano lo desterró pensando que acabaría así con su influencia. Lo envió a Patmos como un preso común. Debía trabajar en las canteras de sol a sol, aunque no había cometido delito alguno. Aquella isla rocosa de 34,6 km2 en el Mar Egeo pretendía ser una tumba, pero se convirtió en un escenario de lo milagroso y lo extraordinario. Fue allí donde Jesús se le reveló al anciano Juan y le mostró visiones inefables. Fue allí donde este apóstol escribió el asombroso libro de Apocalipsis. El impacto de su testimonio y del mensaje recogido en el Libro de las Revelaciones de Juan, no podrá medirse nunca por lo prodigioso de su alcance. Lo que pretendía ser un lugar de condena y muerte, Dios lo convirtió en una catedral donde se manifestó a su siervo, y en el espacio apropiado para inspirar un libro. A Dios nada lo limita y las decisiones de los hombres le son indiferentes cuando desea dar cumplimiento a un plan divino.
En el año 1660, otro Juan, pero de apellido Bunyan, era también encarcelado por predicar el evangelio. No lo puso en prisión un emperador romano, sino Carlos II, rey de Inglaterra. Su fiereza contra todos aquellos que no eran católicos o anglicanos fue tal, que hizo que más de 2000 pastores fueran despedidos de sus funciones y muchos de ellos fueron desterrados, apresados o asesinados. Bunyan fue llevado cautivo a la prisión de Silver Street, en la ciudad de Bedford. Sus biógrafos lo describen alto, pelirrojo, de nariz prominente, una boca bastante grande y ojos azules y brillantes. Pero lo que más destacaba de él era su tenacidad y su convicción de la bondad de Dios. Viudo desde hacía cinco años y separado de sus cuatro hijos, uno de ellos ciego de nacimiento, se dio a la tarea de escribir un libro: El Progreso del Peregrino. Doce años de penurias no pudieron arrancarle la fe. Su fe saludable y creciente a pesar de su encarcelamiento injusto nos estimula hoy, varios siglos después. Su libro, El Progreso del Peregrino, ha sido uno de los más traducidos y leídos del mundo.
Un hombre o una mujer con Dios sufre las prisiones, lo laceran los destierros y le afectan las separaciones, pero no puede abandonar a su Señor y no puede desertar de su llamado por tristes que sean los tiempos. Ya sea en una Isla de 32 km2 o en una celda estrecha e insalubre, ha de cumplir su cometido, esa misión por la que Dios lo ha colocado en la tierra. La desdicha puede acaecerle, las penurias de este mundo caído pueden serle acuciosas visitantes, pero su fe no retrocede y su amor a Dios no mengua.
Por contradictorios que sean los tiempos, nada puede detener a un creyente en su compromiso con Dios. Domiciano no pudo detener a Juan, Carlos II no pudo callar a Bunyan. No dejes que ningún hombre frene tu andar en obediencia, o que alguna extraña circunstancia silencie tu testimonio. Honra a Dios desde tu integridad, exáltale desde tu laboriosidad, anúncialo desde tu persistencia. Somos “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Corintios 4:9). Nuestra férrea determinación en seguir el ejemplo de Jesucristo y nuestra franca decisión de obedecer su Palabra está por encima de la malaventura.
Las circunstancias no necesariamente serán prometedoras, pero nuestro Dios estará con nosotros. No estamos donde estamos por azarosas eventualidades, ni por caprichos de hombres inicuos. Estamos aquí porque plugo a Dios que así fuera. No tenemos que entenderlo todo, ni siquiera saber tiempos o sazones que corresponden a los soberanos designios de Dios. Lo que resta es vivir a la altura de nuestro sacro llamamiento, encarando el presente con santo andar cristiano, y proyectándonos hacia el futuro con la certeza de que Dios estará allí.
Autor: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com