Recomenzar, la mejor decisión – Osmany Cruz Ferrer

RECOMENZAR, LA MEJOR DECISIÓN.

 “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Liu Wei, natural de Beijín, no tiene brazos. A la edad de diez años tuvo un accidente terrible. Mientras jugaba con sus amigos a las escondidas recibió una descarga eléctrica que lo dejó entre la vida y la muerte durante cuarenta y cinco días. Sobrevivió a la traumática experiencia, pero al despertar descubrió que había perdido ambos brazos debido al incidente. A partir de ese momento se tuvo que replantear la vida, una vida donde aprender a comer por sí mismo ya representaba todo un reto para él. Con la ayuda de sus padres comprendió que el esfuerzo diario, el optimismo y el tesón en el trabajo podrían suponerle  grandes resultados. Hoy es reconocido como un pianista singular que es capaz de tocar a los clásicos con magistral habilidad.

Desconozco si Liu Wei es creyente o no, ni siquiera sé mucho más de él que lo que les acabo de contar. Lo que me queda claro es que es un joven que ha entendido que recomenzar es una elección que todos podemos tomar. Darse por vencido tiene que ver más con nuestras decisiones, que con nuestras circunstancias. La historia de arrojo y tenacidad de Wei muy pocas personas están dispuestas a repetirla, aun cuando sus limitaciones son inferiores, en gran medida, a las de este simpático chico.

Con frecuencia me pregunto: ¿por qué cada vez son más los que eligen el camino fácil de la auto conmiseración? El fracaso los anula, los tira a la lona y son incapaces de levantarse otra vez. En lugar de tomar la experiencia como aprendizaje, la asumen como un decreto definitivo sobre sus vidas. Algunas de estas personas no me son extrañas. Están cerca de mí todos los días, intento ayudarlas, les hablo de las imperecederas promesas de Dios de fuerza y restauración, pero no pueden creerlas. Están tan abrumados creyéndose víctimas entre todos los hombres, que desconocen que los obstáculos de la vida son los escaños a dominar para alcanzar nobles metas.

El pozo donde echaron a José, las calumnias de la esposa de Potifar y la cárcel egipcia, fueron el fuego que templó el acero espiritual que había en José. Sus obstáculos, sus limitaciones fueron paradójicamente el sendero hacia el propósito completo de Dios. Nada es definitivo hasta el día de la muerte. Podemos cambiar nuestras circunstancias si perseveramos lo suficiente. No digo esto desde una perspectiva humanista. Aunque creo que el hombre fue dotado con capacidades de carácter y supervivencia, en la vida cristiana las cosas funcionan a otro nivel, el nivel de la dependencia y la confianza en Dios.

Si un joven sin brazos puede sobreponerse a sus limitaciones, haciendo con sus pies la más exquisita música clásica, cuánto más un creyente lleno del Espíritu Santo podrá sobrepasar a sus conflictos presentes. No se trata de ser un súper hombre. Tampoco se trata de si Dios quiere o no, que vivas una vida abundante y plena. Las promesas de Dios son claras, él desea que tengamos todo el fruto del Espíritu en nosotros. En realidad se trata de qué actitudes estamos tomando a la hora de vivir nuestra fe. Tal pareciera, en ocasiones, que andamos sin esperanza. Olvidadizos de quién nos llamó para formar parte de su gran familia.

Cada uno tiene sus desafíos, sus propias vallas que rebasar, sus enmarañadas alambradas que sortear. Sólo dos caminos cada vez. Darse por vencido vendrá como primera opción, será la decisión más fácil de todas, pero la que más nos costará a la postre. La segunda es recomenzar. Creer que no ha  acabado hasta que acabe y ser optimista mientras nos proyectamos hacia las metas que Dios ha puesto delante de nosotros. Liu Wei me ha recordado que un hombre puede hacer mucho si se lo propone, pero el apóstol Pablo me recuerda una verdad mucho mayor: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Créame, cuando la Biblia dice “todo”, es todo.

Autor: Osmany Cruz Ferrer

Escrito para www.devocionaldiario.com

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